The New York Times
Sucedió que, apenas segundos después de convertirse en el casi inevitable candidato republicano a la presidencia, Donald Trump comenzó una guerra de género.
“Para ser francos, si Hillary Clinton fuera hombre no creo que obtuviera ni el cinco por ciento de los votos. Solo cuenta con la carta de ser mujer”, dijo Trump después de haber arrasado en cinco estados en las elecciones primarias. “Y lo mejor es que a las mujeres no les cae bien”.
Quienes estaban presentes dicen que detectaron desaprobación en el rostro de Mary Pat, la esposa de Chris Christie, parada en el escenario detrás del victorioso Trump.
Como es costumbre, su esposo actuó como si fuera seguidor de una secta y tuviera el cerebro medio lavado.
¿Por qué creen que a Trump se le haya ocurrido entrar en ese terreno?
a) Analizó toda la carrera de Clinton como servidora pública y decidió que su punto más débil era la posibilidad de ser la primera presidenta.
b) Sintió que su intachable trayectoria en cuestiones feministas le daba la seriedad de hablar de eso antes de tiempo.
c) Estos comentarios fueron una versión autocensurada de su impulso inicial: hablar de la talla del sostén de Clinton.
Quizá la respuesta son todas las anteriores. Es un hombre que evoluciona.
Es posible que Ted Cruz haya visto esto como una oportunidad porque de pronto anunció a Carly Fiorina como su candidata a la vicepresidencia. Claro, Trump se burló una vez de la apariencia de Fiorina (“¿Se pueden imaginar que esa sea la cara de nuestro próximo presidente?”). Habría sido una estratagema exitosa si Cruz no estuviera saliendo de su quíntuple derrota en las elecciones primarias del martes, algo así como un intento fallido de intentar ganarse a los aficionados a los deportes de Indiana, donde se refirió a un aro de baloncesto como un “anillo”. La idea de haber sido elegida compañera de fórmula fue como ser designada subcomandante en la Expedición Donner.
De hecho, Trump ya había usado la frase “la carta de ser mujer” antes, y parece que quienes lo asesoran no se han esforzado en convencerlo para que deje de hacerlo. Tal vez estaban preocupados en prepararlo para ese importante discurso sobre política exterior en el que pronunció mal “Tanzania”.
A Clinton le encantó. “Si luchar por servicios de salud para las mujeres, permisos pagados de ausencias por cuestiones familiares y salarios equitativos es jugar ‘la carta de ser mujer’, soy culpable”, dijo durante su propio discurso triunfador.
En respuesta, Trump criticó a Clinton por “gritar”. En una conversación con los presentadores de “Morning Joe” después de las elecciones primarias, comentó: “Sé que muchas personas dirían que no puedes decir eso de una mujer, porque claro que una mujer no grita. Sí gritó ese mensaje, y no es que yo lo diga, así fue”. También anunció con gran orgullo que está a punto de obtener el respaldo de “el gran Bobby Knight”, un antiguo entrenador de Indiana que una vez le dijo a un entrevistador de NBC que su teoría para el manejo del estrés era: “Creo que, si la violación es inevitable, hay que relajarse y disfrutarla”.
No estaría recordando esta escabrosa historia de Bobby Knight si no fuera por los comentarios sexistas. Trump fue dueño de un equipo de fútbol de muy poco éxito (¡Que los Generales de Nueva Jersey sean grandes de nuevo!). Tendrá el respaldo de miles de estrellas del deporte, y si los vetáramos a todos por sexismo, no nos alcanzaría el tiempo.
Regresemos a la carta de ser mujer. “Es mujer. Está jugando con la carta de ser mujer de izquierda a derecha… Será algo que se le reclamará”, dijo Trump a CNN. El entrevistador Chris Cuomo le preguntó con mucha lógica cómo “se le puede reclamar a alguien ser mujer”, a lo que Trump respondió que “si fuera hombre y fuera como es, no tendría prácticamente ningún voto”.
No es necesario preguntarnos cuántos votos tendría Donald Trump si fuera mujer y fuera como es. Realmente no vale la pena ni pensarlo.
Lo esencial de Hillary Clinton es que se ha pasado la vida defendiendo a las mujeres y sus asuntos. Comenzó su carrera con el Fondo de Defensa para la Niñez, luchó por que hubiera mejores escuelas en Arkansas, por servicios de salud para la niñez como primera dama y por los derechos reproductivos como senadora por el estado de Nueva York. Como secretaria de Estado, pasó incontables (incontables) días y semanas en viajes a diversos rincones del planeta para celebrar los logros de artesanas, para abogar por las causas de lideresas laborales, para hablar y animar a mujeres en el gobierno y la política.
Es cierto que los políticos tienden a dejarse llevar cuando hacen alharaca de ciertos detalles biográficos (al escuchar a Marco Rubio hablar de ser cubanoestadounidense, parece que hubiera participado en persona en la invasión a Bahía de Cochinos). Pero Trump es el descendiente varón y blanco de un multimillonario neoyorquino de ascendencia alemana. Para ser un hombre tan rico, le ha faltado tener causas caritativas. De pronto el problema se aclara.
El pobre tipo no tiene de qué hablar como no sea de bienes raíces. Le hace mucha falta tener cartas.