REFORMA

Genaro Lozano

¿Qué mató a los 49 gays, lesbianas, bisexuales, trans y heterosexuales que bailaban en una disco de Orlando? ¿Fue terrorismo? ¿Homofobia? ¿Odio? ¿El derecho constitucional de portar armas? ¿El discurso de Trump? ¿El patriarcado? ¿El heterocentrismo? ¿Fueron todas esas razones? ¿Son excluyentes? ¿Cuál pesó más?

 

 

Ante la barbarie surge el oportunismo de los políticos, pero también las preguntas y las reacciones de apoyo, de solidaridad, las lágrimas y hasta los festejos. Los festejos de quienes piensan que la diversidad es debilidad. Las celebraciones de quienes creen que la vida de una mujer transexual no merece ser vivida. Los mensajes de quienes argumentan que reconocer los derechos de todos “vulnera la naturaleza de la familia”. Los hashtags en las redes sociales de quienes tuitean #MatarGaysNoEsDelito.

La homofobia es el prejuicio que en su expresión más radical asesina gente como en Orlando, en su expresión moderada niega derechos y combate la protección legal a personas LGBT, como hacen hoy algunos grupos en México, y en su versión light, en su versión “inocua”, se burla de las diferencias, con gritos de ¡eh, puto! en los estadios, con bromas de “peluqueras y vestidas” o diciendo que nuestros derechos “no son prioritarios”.

La masacre de Orlando aconteció en una discoteca. Un lugar de culto para la diversidad sexual. Porque en lugares donde se criminaliza la homosexualidad, el antro clandestino es el único espacio seguro para hacer comunidad. Porque las pistas de baile han sido centros de acción política para recaudar dinero para pacientes de VIH-sida o para organizar las marchas del orgullo LGBT. Porque a las poblaciones de la diversidad sexual no se nos abren las puertas de las iglesias católicas y de la mayoría de las cristianas para hacer actos políticos, como sí a los afroamericanos y a los heterosexuales en EU y hoy en México con el proselitismo político de la jerarquía católica para combatir la iniciativa del presidente Peña de matrimonio igualitario.

Desde los años sesenta, el movimiento LGBT ha usado los discursos normalizantes para avanzar en nuestros derechos. La idea de que la homosexualidad es tan natural y normal como la heterosexualidad. El discurso de que no somos diferentes, de que todos somos humanos. Ese discurso ha invisibilizado nuestra diversidad, pero ha sido efectivo. Ha logrado despatologizar la homosexualidad de la ciencia médica, ha hecho que varios gobiernos asuman que defender los derechos LGBT es pilar de la profundización democrática. Gracias a esa estrategia, hoy el gobierno mexicano decidió hacer del combate a la homofobia una política pública. Hoy para el gobierno mexicano, matar gays es un delito y no reconocer nuestros derechos es discriminación. Para ello sólo pasaron 115 años después del famoso baile de los 41.

La historia del movimiento LGBT es la historia de la resiliencia y de la solidaridad. La resiliencia para levantarnos ante la adversidad de ser rechazados por nuestras familias y amigos, por la fe, por la sociedad, por el Estado y por el mercado. La solidaridad con otros movimientos. Con los maestros de la CNTE, con los zapatistas, con la lucha contra la pobreza. En múltiples marchas hay siempre al menos una bandera del arcoiris, a veces escondida, a veces no querida, pero ahí están, sin importar que otros movimientos y causas no se sumen a la nuestra.

Ante los discursos triunfalistas de “ya logramos el matrimonio igualitario”, Orlando acaba de recordarnos las razones para marchar, para hablar en primera persona, para mostrar el orgullo de ser gays, lesbianas, bisexuales, trans y para agradecerle a nuestros aliados el apoyo para decirlo claramente: fue la homofobia, por más que quieran sumar otros motivos, por más que muchos no la vean, porque no la viven, porque no les importa.

 

@genarolozano