Aquellos que después de la primera entrevista oficial en 60 Minutes creían que Donald Trump ya se veía como un moderado Presidente electo, están muy equivocados.

No pasaron 48 horas antes de que saliera el magnate inmobiliario que gobernará a la nación más poderosa para poner sobre la mesa su primer Trump-timátum.

Y para desgracia de mexicanos y canadienses se trata de la renegocación -o incluso la cancelación- del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

La obsesión de quien será el nuevo mandatario norteamericano es tal que, de acuerdo a un memorandum al cual tuvo acceso la cadena informativa CNN, será el tema prioritario en sus primeros días.

El motivo es que, de acuerdo a lo firmado en el TLCAN, un país tiene que esperar 200 días después de comunicar que se retira del acuerdo.

Y en el memorandum aparece el 7 de agosto del 2017 como esa cita crucial con el destino del bloque de comercio más fuerte del mundo.

La falacia de Trump radica en que prometió a los norteamericanos que recuperaría los empleos que se perdieron con el tratado, colocando por delante los de la industria automotriz.

Asumiendo que se decidiera a hacerlo, el simple hecho de regresar las plantas armadoras a Detroit, pagando 34 dólares la hora en lugar de los 3.95 dólares por hora que se paga en México, elevaría sensiblemente el precio de los automóviles en Estados Unidos.

Es como si nos empecináramos en México en fabricar algo que costaría 40 por ciento más caro, pero que por el capricho de un gobernante se le cerraran las fronteras a productos fabricados en otras naciones. El perjuicio de salvar unos miles de empleos va contra la economía de millones de consumidores.

Pero Trump y sus asesores se olvidan que así como se puede hacer de allá para acá, se puede pagar con la misma moneda de aquí para allá.

Y si el nuevo gobierno norteamericano se va por el camino fácil de imponer aranceles a las importaciones mexicanas, nuestro país acabará haciendo lo mismo con las importaciones norteamericanas.

¿Quiénes ganarían? Las haciendas de los gobiernos. ¿Quienes perderían? Los cientos de millones de consumidores que pagarían mucho más por sus bienes y servicios.

Eso sería equivalente a que los gobiernos decretaran un impuesto en beneficio de sus arcas nacionales, pero con cargo al bolsillo de los consumidores.

Y esa medida, por donde se le vea, así se anuncie que devuelve a cualquier economía cientos de miles de empleos, el perjuicio para los millones de consumidores pesaría más a la hora de evaluarla.

Y el final sería desastroso.

Que Trump no olvide que si bien les vendemos unos 300 mil millones de dólares, también les compramos unos 200 mil millones.

Buscar renegociar unilateralmente, en condiciones ventajosas que impone el hermano mayor, es desigual.

Esto es como pactar las reglas de un juego que, como lo vamos perdiendo al medio tiempo, decidimos que queremos dictar otras reglas, para ganar a como dé lugar.

Y eso es lo que Trump busca imponer arbitrariamente, antes del 7 de agosto del 2017. Ahí lo vamos a conocer.