Estoy consciente de que voy a contrapelo de una ola de opiniones que buscan desacreditar a una obra que, se le vea por donde se le vea, es de lo poco presumible en México: el Teletón.
Desde hace algunos años, y aprovechando el boom de las redes sociales, distintas voces –todas respetables en el marco de libertades en el que vivimos– vienen cuestionando el destino de sus donativos.
El Teletón es una obra que se estrena con la nueva era de Emilio Azcárraga Jean al frente de Televisa y que suma los esfuerzos de TV Azteca de Ricardo Salinas Pliego y decenas de medios de comunicación en todo México.
Su mecánica es una réplica –depurada y mejorada– de aquellos maratones televisivos que hacía el comediante Jerry Lewis en Estados Unidos para combatir la distrofia muscular infantil.
Lo colectado a lo largo de 24 horas de transmisiones se destina a edificar centros de rehabilitación para pequeños mexicanos discapacitados o con cáncer, en un intento por mejorar sus oportunidades de vida.
Al frente de la obra está un ícono de la filantropía, Fernando Landeros, y cientos de voluntarios que hacen de los CRIT un ejemplo diario de paciencia y tenacidad para sembrar esperanza a quienes no tienen oportunidad de pagarla.
Pero de unos años para acá vienen propagándose historias de que el Teletón “es un gran fraude”.
Que si sus dineros acaban por ser descontados fiscalmente por las empresas que lo patrocinan. Que si Televisa y sus asociados lucran indebidamente y hacen de esta obra asistencial un escaparate de mercadotecnia.
Y a fuerza de repetir esas historias, el prestigio y los resultados del Teletón sufren para alcanzar cada año las metas que se proponen.
De cierto no existen pruebas de lo que con tan mala fe se difunde. Pero estoy convencido de que no existe ni robo ni quebranto en lo que con tan buena fe y corazón se hace.
Me basta ver edificados los 25 centros de rehabilitación y contemplar los rostros sonrientes de esos miles de niños que reciben ayuda gratuitamente para darle mi voto de confianza al Teletón.
Prefiero que esos injustamente cuestionados dineros acaben manejados por quienes sí dan resultados constantes y sonantes, a que vayan a parar a las saqueadas arcas de los gobiernos estatales que prometerían hacerlos, pero que jamás los edificarían. Vean los abandonados hospitales en Veracruz o en Oaxaca.
El peso que cada mexicano dona al Teletón puede verse aplicado en concreto, varilla, equipo médico y de rehabilitación. Es un gasto constante y sonante a la vista.
No es dinero público que se desvíe para comprar la mansión, el rancho majestuoso, la presa personal o el jet del corrupto gobernador en turno, o a engordar las cuentas bancarias de sus hijos en Holanda, Singapur o Panamá.
Se vale cuestionar, preguntar e incluso auditar. Lo que no se vale es que, a lomo de subirse a una campaña contra los medios de comunicación que lo sustentan, esa labor de tanto
arraigo social, sea boicoteada.
Después de ver el saqueo impune que nuestros gobernantes hacen de los dineros públicos, yo voto por un voto de confianza al Teletón.