Digan lo que digan, para bien o para mal, nadie puede regatear que la muerte de Fidel Castro es la partida del último grande del siglo XX.

Defensores o detractores, nadie puede escatimarle el intentar consumar –desde la tiranía- el sueño de una utopía revolución Pretendía redistribuir la riqueza, pero acabó redistribuyendo la pobreza.

Pero al margen de lo que se pueda decir de Fidel, no se puede ignorar que la palabra México va íntimamente tatuada en su biografía.

A México vino Castro en los 50 a buscar los apoyos para su revolución que derrocaría al dictador Fulgencio Batista.

En Abasolo, Tamaulipas, el comandante estableció los campos de entrenamiento para planear el asalto final sobre la Isla.

Castro, de 29 años, y su amigo Ernesto “El Ché” Guevara fueron detenidos aquí el 21 de junio de 1956, en el cruce de las calles Mariano Escobedo y Keppler, en el Distrito Federal, por el capitán de la Dirección Federal de Seguridad, Fernando Gutiérrez Barrios. Esa detención y su generosa liberación serían históricas para la llamada Revolución Cubana. Y para consumar esa revolución, que pudo abortarse en México, dos veracruzanos fueron pieza clave.

Uno, Gutiérrez Barrios. El otro, el expresidente Miguel Alemán, quien aspiraba a que los empresarios mexicanos pudieran hacer negocios con el nuevo gobierno una vez expulsados los yanquis de la isla.

De hecho Castro fue muy exitoso en ven – derle a los empresarios del Distrito Federal y a los de Monterrey la promesa de que ellos serían los dueños del nuevo capitalismo social. Y se la compraron.

Aunque el único regio que hizo negocios en la Isla -40 años después- fue Javier Garza Calderón, con su telefónica apadrinada por otro amigo tardío de Castro, el presidente Carlos Salinas.

El negocio no prosperó.

Pero fue el expresidente Miguel Alemán el hombre clave que, por sugerencia de Gutiérrez Barrios, gestionó la adquisición del mítico Granma. No es curioso que ese barco, con Castro, “El Ché” y Camilo Cienfuegos, zarpara el 25 de noviembre de 1956 de Tuxpan con destino a Las Coloradas.

Y fue en esas playas del municipio de Niquero, donde siete días después -el 2 de diciembre de 1956- los 82 hombres iniciaron una guerra de guerrillas que los colocaría en el poder el 1 de enero de 1959.

Castro siempre estaría en deuda con Gutiérrez Barrios, primero, y con Miguel Alemán después. Sin sus buenos oficios no solo para liberarlo, sino para embarcarlo de vuelta a Cuba, su revolución jamás habría existido.

De esas amistades emergería una serie de acuerdos secretos entre Castro y los gobiernos mexicanos, para protegerse mutuamente. México le prometía a Fidel cuidar que nada –ni alimento ni energía- le faltara a su bloqueada revolución.

Castro, prometía no exportar su guerrilla a territorio mexicano. Pero esa larga historia, con los nombres clave de Luis Echeverría, José López Portillo, Carlos Salinas y un curioso personaje llamado José María “Chema” Guardia, se la contaremos mañana.