La pieza clave en la relación entre México y la Cuba de Fidel Castro tenía nombre y apellido: Fernando Gutiérrez Barrios.

El capitán del Ejército convertido en agente de la Dirección Federal de Seguridad desde los años 50 siempre fue el brazo derecho de Luis Echeverría. Desde sus años como oficial mayor del PRI hasta la Secretaría de Gobernación.

De hecho ambos, Echeverría y Gutiérrez Barrios, tenían algo más en común. Eran agentes encubiertos al servicio de la CIA, que en México dirigía Winston Scott.

Sus claves operativas, de acuerdo a papeles desclasificados de la poderosa central de inteligencia norteamericana, eran Litempo 8 para Luis Echeverría y Litempo 4 para Fernando Gutiérrez Barrios.

Los dos políticos mexicanos, al igual que los expresidentes Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, eran integrantes de una red de 12 informantes mexicanos de la CIA que operaron desde 1956 bajo el servicio de Scott, quien era el verdadero poder tras el trono en la Embajada de Estados Unidos en México.

Pero el rol estratégico de Gutiérrez Barrios en su relación con Castro se dio en 1956, cuando el entonces capitán del Ejército, adscrito a la DFS, capturó al rebelde cubano en las calles de la Ciudad de México.

Como buen oficial de la opaca DFS, don Fernando pudo haber “desaparecido” a los cubanos capturados. Y la historia para Cuba y para el mundo habría sido otra. Pero sucedió todo lo contrario.

Gutiérrez Barrios no solo abogó la libertad de Castro, sino que fue pieza clave en la adquisición del yate Granma con el que Fidel, El Ché” Guevara y Camilo Cienfuegos zarparon de Tuxpan hasta desembarcar en Cuba, donde iniciaron la guerra de guerrillas que los llevó al poder la noche del Año Nuevo de 1959.

Por eso Fidel siempre tuvo una eterna gratitud con Fernando Gutiérrez Barrios. Porque el agente mexicano se convirtió en su amigo cercano y padrino de la Revolución cubana. Y eso le redituó a don Fernando enormes dividendos políticos.

De facto, desde el gobierno de Adolfo López Mateos, pasando por el de Gustavo Díaz Ordaz, no se diga con Luis Echeverría, López Portillo, De la Madrid y ni qué decir con Carlos Salinas, el político mexicano fue el embajador casi plenipotenciario entre México y La Habana.

De hecho se convirtió en el custodio de un pacto secreto que obligaba, por la amistad que existía entre don Fernando y Fidel, a que la revolución cubana no se entrometía con México.

Por eso la insurgencia exportada desde Cuba floreció en Nicaragua, El Salvador, Chile, Argentina, Perú con los sandinistas, el Frente Farabundo Martí, los Tupamaros, los Montoneros, el MIR y Sendero Luminoso.

Pero nunca en México, donde don Fernando era el garante de ese pacto mediante el cual los gobiernos mexicanos pagaban esa paz comprada, con acuerdos como el llamado Pacto de San José, que enviaba a Cuba asistencia alimenticia y de energéticos.

De hecho, un lugarteniente de Gutiérrez Barrios, José María “Chema” Guardia, usando como camuflaje a la Iglesia católica mexicana, fue el correo personalísimo entre Castro y Gutiérrez Barrios.

Pero esa historia da mucha tela de donde cortar. Por eso lo dejamos para continuarla mañana.