Con Trump se impulsó un viejo debate sobre la veracidad de las noticias que consumimos.
ROBERT C. PARKINSON / THE WASHINGTON
La semana pasada, The Washington Post informó que Paul Horner, de 38 años, “dueño de un imperio de noticias falsas en Facebook”, cree que le dio la vuelta a las elecciones en favor de Donald Trump. Para muchos, la afirmación indica un cambio alarmante en un territorio político desconocido. Pero las noticias falsas son parte de la historia de EU. De hecho, se remontan a la fundación de la república.
En 1769, John Adams escribió con regocijo en su diario que había pasado la noche ocupado con “un curioso empleo: cocinar párrafos, artículos, ocurrencias, etcétera, ¡haciendo trabajar la maquinaria política!”. Adams, junto con su primo Sam y un puñado de otros patriotas de Boston, estaban plantando historias falsas y exageradas con el fin de socavar la autoridad real en Massachusetts.
Muchos otros líderes de la revolución americana también intentaron manipular a la opinión pública al fabricar historias que parecían verdaderas. William Livingston, entonces gobernador de Nueva Jersey, elaboró en secreto largos artículos que los editores de periódicos publicaban. Uno, titulado “The Impartial Chronicle”, era cualquier cosa menos real, pues en él afirmaba que el rey estaba enviando decenas de miles de soldados extranjeros para matar a los estadounidenses.
Pero el más importante fue elaborado en 1782, en una imprenta improvisada en un suburbio de París. Benjamín Franklin se tomó un tiempo libre como embajador estadounidense en Francia e inventó una edición enteramente falsa de un periódico verdadero de Boston, el Chronicle Independent. En él, Franklin elaboró una historia que supuestamente había sucedido en la frontera de Nueva York.
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La historia era espantosa: las fuerzas estadounidenses habían descubierto bolsas que contenían más de 700 “cabelleras de nuestros infelices paisanos”. Había bolsas con cabelleras de muchachos, muchachas, soldados e incluso, de niños, todas supuestamente tomadas por los indios en complicidad con el rey Jorge. También había una nota escrita al rey tirano, con la esperanza de que recibiera estos regalos y se alegrara.
Nada de esto era cierto, por supuesto, pero tocó fibras aterradoras. Para llevar el mensaje a casa, Franklin redactó una carta falsa que provenía de una persona real, el héroe naval John Paul Jones, en la que reprodujo casi textualmente la Declaración de Independencia, con todo y la acusación hacia el final del documento que sugiere que las colonias deben declarar la independencia porque el rey “se ha aliado con los salvajes para asesinar (…) campesinos, mujeres y niños indefensos”.
Franklin envió copias de su falso periódico a sus colegas insistiendo que “la sustancia es la verdad”. Efectivamente, la historia apareció en periódicos reales en Nueva Jersey, Pensilvania, Connecticut, Nueva York y Rhode Island. ¿Qué creyeron esos lectores? ¿Sabían que estaban siendo manipulados?
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Franklin le comentó a un amigo sobre el poder que tenía lo que acababa de hacer. “Con la prensa podemos hablar a las naciones”, escribió con orgullo. Con el poder del periódico, los políticos no sólo podían “golpear mientras el hierro estaba caliente”, sino que también podían alimentar el fuego con “golpes continuos”, escribió Franklin con un guiño.
La mentira de Franklin no alteró la revolución. Para entonces, los estadounidenses habían derrotado a los británicos en Yorktown y la independencia estaba casi asegurada. Pero el asunto del engaño de Franklin era relevante: lo que un EU independiente haría con respecto a las personas sobre las que Franklin difundió esta falsedad estaba completamente en el aire.
Sin duda, muchos americanos nativos se habían aliado con los británicos e infligieron heridas profundas a muchas familias a través de la frontera. Pero no todos lo habían hecho. Las mentiras de Franklin se sumaron a la noción de que todos los indios eran “despiadados”, como refiere la Declaración de Independencia. Ninguno de ellos, con este razonamiento, podría ser estadounidense, ni siquiera los miles que sirvieron junto a George Washington. Por el “golpe continuo” de esa idea, las bolsas con cabelleras de Franklin borraron cualquier matiz. Todos eran enemigos de la república.
Treinta años después, en 1813, EU estaba de nuevo en guerra con Gran Bretaña. Los hombres del rey hicieron otra vez alianzas con los nativos. En el río Raisin, en Michigan, una fuerza combinada de soldados británicos e indios nativos derrotó a los estadounidenses, matando a cientos de milicianos de Kentucky. Un público indignado adoptó entonces el grito de reunión “¡Recuerda el Raisin!”, para el resto de la guerra de 1812.
¿Cómo recordaron los editores de periódicos la masacre del río Raisin? Con la reproducción del engaño de Franklin. Esa primavera, para ilustrar las largas raíces del terrible derramamiento de sangre, los periódicos estadounidenses le presentaron a una nueva generación las falsas bolsas con cabelleras de Franklin, para calentar de nuevo el hierro. Y, una vez más, reforzaron la idea de que los indios —supuestamente sedientos de sangre, peligrosos y en complicidad con los británicos — eran enemigos de EU.
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Nuestro propio proveedor de noticias falsas, Paul Horner, sugiere que los estadounidenses de hoy son “definitivamente más tontos” de lo que solían ser. Quizás. Pero no somos los únicos que se enamoraron de los engaños, y los líderes estadounidenses —incluso aquellos a los que veneramos como padres fundadores— no estuvieron por encima de adoptar estas ficciones para manipular la opinión.
Sin embargo, estas historias del pasado estadounidense no son diferentes a las de nuestro propio tiempo. Entonces, como ahora, se trataba de quién pertenece a la república y quién no. Y, como ahora, se trataba de despertar miedo y pasiones. Tenemos que actuar con cautela. Muchas historias que creemos que desaparecerán en nuestras redes sociales pueden terminar teniendo una vida más larga de lo que esperamos, provocando más daño del que podemos anticipar.
Parkinson es profesor asistente de la Universidad de Binghamton y autor de “The Common Cause: Creating Race and Nation in the American Revolution”.