El campo mexicano y las zonas urbanas marginadas suelen ser el termómetro más sensible donde se refleja el estado de ánimo popular.
Es ahí donde se anticipan los incipientes brotes de crisis que meses después se convierten en conflagración que todo lo sacude.
En el Año Nuevo de 1994, el llamado Ejército Zapatista de Liberación Nacional estalló en la sierra de Chiapas un movimiento insurgente en contra del gobierno de Carlos Salinas.
Algunos lo minimizaron y lo calificaron como un estallido local que se sofocaría en días. Nada de eso.
Fue un 1994 de terremoto, porque a la insurgencia desestabilizadora le sobrevinieron los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y de José Francisco Ruiz Massieu, que cerraron ese fatal año con el llamado Error de Diciembre, que colapsó a nuestra economía y nos paralizó por casi un sexenio. Hoy se huele en el aire esa llama incipiente de la insurrección. La vemos con toda claridad en el ataque sufrido por el cuartel de la 35 Zona Militar con sede en Chilpancingo, Guerrero.
Fueron los padres y los simpatizantes de los 43 desaparecidos en Ayotzinapa los que lanzaron petardos, bombas molotov y otros proyectiles sobre el cuartel militar.
Un ataque así a una instalación castrense es no solo provocador, sino suicida para quien lo acomete. Y solo viene a confirmar el nivel de hartazgo social que existe en torno a la realidad política, económica y social que vivimos en México.
No se trata de una zona militar cualquiera. Es la número 35, adscrita a la Novena Región Militar con sede en Guerrero, y que fuera jefatura da hace algunos años por el actual secretario de la Defensa, general Salvador Cienfuegos.
En el ataque podría haber mensaje.
Y si no se le pone un alto a una acción así de desafiante, se puede caer en la anarquía; y si se le pone el alto, como sería por ley, se corre el riesgo de caer en una represión que multiplique por diez a los 43 desaparecidos.
Lo que intentamos es abrir los ojos a la difícil realidad que, como en el 94 y en el 95, comienza por crear un incipiente caldo de cultivo en un ataque como el que civiles libraron el miércoles contra el cuartel de Chilpancingo.
Y esas noticias se leen el mismo día en que se decretan indignantes aguinaldos extraordinarios a legisladores, a gobernadores, a funcionarios federales, que no concilian con el discurso de austeridad planteado desde Los Pinos.
Veremos entonces la elevación en enero del descontento por el alza del 20 por ciento a las gasolinas y el diesel, el disparo obligado de la inflación y el alza de nuevo a las tasas de interés.
El Gobierno federal estará paralizado con un presupuesto muy magro, apenas para salir con el gasto corriente. Y estados estrangulados como Veracruz, amenazando con una salida del pacto fiscal si no se se resuelven los desfalcos a sus arcas públicas.
Súmele a eso el volátil Factor Trump y el calendario electoral que pone en juego al estratégico Estado de México, y las condiciones están dadas para cuestionarnos si la noche del 31 de diciembre podremos desearnos un feliz año nuevo
Lo dicho: se nos adelantó el 94.