Lo hemos dicho una y otra vez. Una de las serias fracturas de la democracia moderna es que va de la mano no de la calidad de las ideas de los candidatos, sino de su habilidad para seducir a través de los medios.
La forma se impone sobre el fondo y eso lo descarrila todo. Vale más un rostro bello, una vestimenta impecable, la popularidad de algún actor o deportista, la ocurrencia popular del vaquero en turno, que las ideas para servir y transformar a la sociedad.
Cuando todavía no existía la televisión, los ciudadanos guiaban su decisión de voto por las ideas que leían en los diarios o escuchaban en la radio.
El rostro poco o nada importaba. Se escuchaban sus propuestas y la de sus adversarios, y en base a ellas decidían.
La primera muestra de la imposición de la imagen por encima de las ideas se dio en el primer debate televisivo entre John F. Kennedy y Richard Nixon. Obvia decir que el joven y cautivador demócrata aplastó el rostro duro del experimentado republicano.
Y ya con los modernos Goebbels de la política global, personajes muy cuestionables como Donald Trump son capaces de seducir multitudes –como en su tiempo y sin televisión lo hizo Adolfo Hitler– con tesis que si se concretan generarían un nuevo holocausto.
En México, por ejemplo, los ejes del debate nacional se centran en dos de esos personajes de ocurrencia que ya están instalados en lo que podría llamarse sobradamente su nivel de incompetencia.
Uno es Jaime “El Bronco” Rodríguez, ahora repudiado gobernador independiente de Nuevo León, incapaz de cumplirle sus promesas de campaña al millón de ciudadanos a los que cautivó, a lomo de su caballo “Tornado”.
Impotente para perseguir la corrupción de sus antecesores, El Bronco está conquistando hoy el rechazo generalizado de los nuevoleoneses porque se resiste a cumplir su promesa de que desaparecería la tenencia de autos.
Y cuidado con darle la contra. El personaje, que ya trabaja a comisión de otros su camino a la candidatura presidencial independiente del 2018, se vuelve intolerante, iracundo y se sale de sus casillas. La verdad absoluta es él.
El otro político populachero que acapara reflectores es el alcalde de Cuernavaca, el futbolista Cuauhtémoc Blanco.
Alguien del Partido Social Demócrata, que buscaba los votos para conservar el registro, le “rentó” su popularidad para buscar la alcaldía y el asunto devino en un desastre político.
Sin tres dedos de frente para articular estrategia política alguna, Cuauhtémoc Blanco ya se dio cuenta que no es lo mismo gobernar la capital morelenseque conquistar a Galilea Montijo y con ello acaparar las portadas de las revistas, aunque sean las del corazón.
Y es que si nos aferramos a esas recetas del vaquero campesino y del futbolista cáeme bien, pues desde ahora vayamos buscándole partido a Rubí.
Después de todo ya podemos decir que con el “Especial de Colección” que le dedicó la revista TVyNovelas a la popularísima quinceañera potosina, el Verde, el PANAL o Encuentro Social podrían –con altas posibilidades– instalar en Los Pinos a su primera Presidenta.