Considerada como una de las figuras más importantes de la época dorada de Hollywood, el alcohol fue su perdición, pero en nuestra memoria quedará aquella actriz que siempre se definió como pacifista y que enamoró al mundo del séptimo arte

CIUDAD DE MÉXICO.

Diosa del amor, sex symbol, bomba erótica y sueño de mu­chos hombres, así fue una de las primeras mujeres con raí­ces hispanas que conquistó la meca del cine, además de ser la primera actriz que se con­virtió en princesa, aún antes que Grace Kelly.

Ella fue Rita Hayworth, dueña de una sensualidad y belleza que puso de cabeza al Hollywood de los 40 y ca­paz de darle réplica en el baile a maestros como Fred Astai­re. La mítica belleza falleció hace 30 años a la edad de 68, víctima de Alzheimer, cu­yos síntomas se manifestaron desde que tenía 50, pero que atribuyeron al alcoholismo, pues la enfermedad como tal se la diagnosticaron 18 años después.

La actriz nació en Nueva York el 17 de octubre de 1918. Su nombre real fue Margarita Carmen Cansino Hayworth y como su apellido lo delata, por sus venas corría sangre hispana. Su padre fue el baila­rín sevillano Eduardo Cansino Reina y su madre Volga Mar­garet Hayworth, irlandesa y también bailarina de los Zieg­felds Follies (revistas musica­les de Broadway).

Por supuesto, no pudo ne­gar su herencia artística y a los 13 años ya bailaba junto a su padre con el nombre de Rita o Marga Cansino, ambos dimi­nutivos de Margarita.

Entrar a Hollywood le sig­nificó una seria transforma­ción en su físico, pues tuvo que someterse a rigurosas dietas y a una fotodepilación de la frente para acentuar el pico de cabello, muy de moda en los años 30.

En 1933 comenzó a filmar cintas de las llamadas serie B, es decir, de bajo presupuesto y poca publicidad. De esa época destaca Charlie Chan en Egip­to, de 1935.

Se casó cinco veces y fue su primer marido, Edward Judson, quien la catapultó a la industria cinematográfica al conseguirle un contrato en los estudios Columbia Pictu­res, convirtiéndose en su car­ta fuerte.

Su primera película impor­tante fue Sólo los ángeles tie­nen alas, en la que compartió créditos con Cary Grant, Jean Arthur y Thomas Mitchell.

Su porte y hermosura le abrieron puertas, pero tam­bién le trajeron problemas. De hecho, un magnate de la casa productora la pretendió y ella se negó a sus requerimientos, razón por la cual tuvo conflic­tos que la orillaron a dejar es­tos estudios.

Para ese entonces ya era considerada como una de las mujeres más atractivas de Hollywood, así que sin nin­gún problema se incorporó a la Twentieth Century Fox. Ahí interpretó a Doña Sol en Sangre y arena, superproduc­ción basada en la novela de Vicente Blasco y que la con­virtió en una sex symbol.

Dio muestras de ser exce­lente bailarina al darle réplica a Fred Astaire en Desde aquel beso, cinta de 1941. Le siguie­ron Mi mujer favorita (1941), Bailando nace el amor (1942), Las modelos (1944), Esta no­che y todas las noches (1945).

LLEGA GILDA

Sin lugar a dudas Gilda (1946) fue la cinta que la catapultó a la fama mundial, y es que el striptease que hizo —y que sólo consiste en quitarse el guante al ritmo de la músi­ca—, además de la bofeta­da que su compañero Glenn Ford le propina, fueron consi­deradas escenas sumamente atrevidas e incluso en varios países se censuraron.

Tanto fue el impacto de este personaje que su imagen se colocó en la bomba ató­mica de prueba que Estados Unidos arrojó en las Islas Biki­ni, hecho que molestó a la ac­triz porque siempre mostró su lado pacifista.

En ese año, 1946, hubo muchas crisis en su vida personal y su segundo matrimonio, con el director de cine Orson Welles, con quien procreó a su primera hija Rebeca, se fue a pique.

Todavía con él filmó la cinta La dama de Shanghái, en la que le cambian total­mente el look y la transforman en rubia platinada, además de matarla al final del filme.

Gilda fue su consagración y también el inicio de su de­clive, pues no encontró un personaje que lo superara.

A este papel también le debe su tercer marido y, como un cuento de hadas, la mujer nacida en los su­burbios de Nueva York se casó con un príncipe.

La boda se lle­vó a cabo en la costa francesa el 27 de mayo de 1949 —sie­te años antes que Grace Ke­lly— cuando unió su vida a Alí Kahn, de quien se dice era un descendiente directo de Fáti­ma, la hija de Mahoma, el pro­feta del Islam.

La boda fue el colmo de la exageración, hubo una piscina llena de colonia de donde so­bresalieron flores que forma­ban las iniciales de los novios, además de hacer una alfom­bra con 30 mil rosas para que la mujer posara sus pies.

De esta unión, que el Vati­cano no reconoció, nació su hija Yasmine Aga Khan.

La separación de la pareja se dio en 1952 y Rita siguió con su carrera cinematográfica con películas como La dama de Trinidad (1952), Salomé (1953), La bella del Pacífico (1953), Fuego escondido (1957) y Mesas separadas (1958), en­tre otras.

A finales de la década de los 60 y principios de los 70, trabajó en contadas ocasiones, pues el Alzheimer comen­zaba a manifestarse y le impidió memo­rizar sus líneas, sin embargo estuvo en El fabuloso mundo del circo (1964), El aventurero (1967) y La ira de Dios (1972), que fue su última participación en el cine.

Tuvo dos matrimonios más que evidenciaron el de­clive en el que ya vivía: estos fueron con el cantante y actor Dick Haymes y el director Ja­mes Hill.

El mito se desvaneció con el Alzheimer que pa­deció y logró quitarle todo. Falleció el 14 de mayo de 1987.

Excélsior