Una de las supuestas virtudes de las democracias es que sus sistemas de pesos y balanzas tienden a propiciar el equilibrio de los poderes. Solo así se puede garantizar que no se dé un poder absoluto.

Si el presidente electo por los votos intenta pasar por encima de los derechos de los ciudadanos, existen tanto un poder legislativo como un poder judicial para impedirlo. Al menos, eso es en teoría.

Pero esas tesis de equilibrios entre poderes se topan con pared en el caso de Donald Trump.

El consenso es que el presidente norteamericano, electo democráticamente, es ya un lastre para la nación más poderosa del planeta. No se diga una seria amenaza para el mundo entero. Y no hay quien lo pare.

Su comportamiento es el de un adolescente narcotizado de poder, que siente que le escrituraron Estados Unidos en propiedad.

Y como su dueño lo quiere manejar a capricho, desde su alcoba de la Casa Blanca, devorando McDonald´s y nutriendo su cerebro con Fox News.

Como una versión renovada del Rey Sol, sus actitudes gritan: “El Estado soy Yo”. Todo un Luis XIV del Siglo XXI que redefine la frase: “Los Idiotas son Ustedes”.

Sus desplantes son dictatoriales y sus decisiones producto de su excesiva vanidad, de una egolatría desbordada. Se siente el ombligo del Universo y como tal actúa.

Descalifica cualquier opinión que no sea la suya. Y para muestra, solo revisen cuántos de los que llegaron con él a la presidencia, y a los que llamaba su círculo de confianza, continúan a su lado. Eso demuestra que no confía en nadie. Ni en Melania.

Miente como sistema, acomoda la realidad a su antojo. Y si esa realidad no le favorece, peor para la realidad. Fabrica sus propios cuentos y lo que va en su contra tiene en automático el sello de “fake news” o de “conspiración”.

Desprecia lo mismo al Congreso, que al FBI, a la CIA o al poder judicial. Desconoce sus investigaciones, insulta a sus directores, descalifica lo que no se dé cómo el quiere que sea. Pregúntenle a Steve Bannon, a James Comey, al general Michael Flynn o a su ex abogado, Michael Cohen.

Desdeña a los medios de comunicación, a los que detesta, humillando a decenas de comunicadores frente a las cámaras y desacreditando cuanta investigación no le parece, calificándolas también de “fake news”.

En un país levantado por inmigrantes, como lo es Estados Unidos, el hijo de inmigrantes les tiene fobia. Los ataca y los combate sin piedad. Así sean niños que inhumanamente son separados de sus padres.

Pelea con México y Canadá por un Tratado de Libre Comercio que amenaza con cancelar, si no se lo firman a su antojo.

Se confronta con sus aliados de la OTAN y de la Unión Europea, insultando lo mismo a Merkel que a May o a Macron. Al patético, todos le parecen patéticos. ¿Diplomacia? ¿Qué es eso?

Pero al momento de estar con el más par de sus pares, frente a Vladimir Putin, se convierte en un dócil cordero que sale en defensa del dictador soviético, aún pasando por encima de la opinión de sus asesores.

Por eso la pregunta más recurrente hoy en todo el mundo es ¿qué o quién sostiene a Donald Trump?

Frente a tantas y tan sobradas evidencias, en aras del respeto a la democracia, el mundo vive hoy en vilo, suplicando que la locura matutina del nuevo tweet no desate un holocausto. De verdad, ¿no hay quién pare a Trump?