El nuevo país, el que nació el primero de julio, puede y tiene la fuerza legal para hacer casi todo. Sólo algunas modificaciones constitucionales no están al alcance porque se necesitaría dos tercios del Congreso para obtenerlo.
Pero una de las cosas que se puede plantear el virtual presidente electo es acabar con la mafia de los sindicatos. Porque en toda su política social de reconstrucción moral del país y del reajuste del gasto público es fundamental saber para qué sirven esas entidades por donde transitan y habitan los Romero Deschamps u otros líderes significativos de los sindicatos mexicanos.
Hicimos lo que pudimos. El paso a la modernidad para México no ha sido viable, porque México es una gran nación pero no es un país fácil.
Entonces, lo primero que tuvimos que hacer fue construir un sentido nacionalista integrador donde cupieran todos los Méxicos. No solamente el que inauguró Agustín de Iturbide y que después de la Revolución integró todos los componentes nacionales. Sino también el origen fundacional de este Estado –tan grato a los oídos del presidente, cuando sea proclamado López Obrador– que era naturalmente la incorporación y la revolución social desde abajo.
Llegó un momento en la Constitución de 1917 –la cual el año pasado celebramos su primer centenario– que no es que fuera verdad eso de “los pobres primero”, sino también los marginados, al mismo tiempo que los blanquitos en la Constitución.
Pero eso también nos llevó a que nuestro paso al desarrollo tuviera especial cuidado, no así con el desmantelamiento de los signos del nacionalismo mexicano.
Los ejidos y el recuerdo emocionante de poder dar tu anillo de casado para comprar la nacionalización del petróleo son puntos culminantes de la entidad nacional.
Eso hizo que cuando el país empezó a modernizarse después de López Portillo la innovación se hiciera dentro de los límites de lo posible. Y esos fines eran las estructuras que refrendaban el origen nacionalista del Estado.
Como consecuencia de todo eso, don Fidel Velázquez no fue enterrado sino que, formó parte del proceso de la modernización. Al hacer eso metimos a los sindicatos en una contradicción entre el primer mundo, el competitivo y a los tecnócratas junto a los ejidos.
¿Qué México es el que gana el 1 de julio? Es la gran pregunta. El referente nacionalista por encima de la realidad o el que puede ser capaz de constituir una nueva identidad nacional siendo y eliminando a la vez los cánceres de la mala representación sindical.
El debate que se abre es mucho más político e inclusive histórico que económico. Hay que buscar las raíces en los porqués de los detalles y de cómo se construyó este Estado que –pese a todo y a la clase dirigente– es un gran país.