Ya empezaron en Ciudad Juárez los primeros encuentros globales que se van a celebrar a lo ancho y largo de la República Mexicana para cumplir con uno de los primeros objetivos que prometió López Obrador durante la campaña electoral: una consulta generalizada con todos los protagonistas, especialmente víctimas y autoridades, frente a la ola de la violencia.
El país necesita muchas cosas, pero sobre todo requiere encontrar un camino racional contra la violencia.
Nos hemos convertido en un fenómeno fuera de toda lógica y proporción. Tenemos unos de los peores –no solamente en estadísticas– ejemplos de comportamiento moral como sociedad en la historia de nuestro país.
Son muchos muertos, situaciones de impunidad, drogas, armas y complicidades, que al final son la quiebra del Estado.
La violencia es una guerra de baja intensidad que nos está matando y afectando a todos.
Comprendo a los que no la llaman guerra civil porque a fin de cuentas sería legitimar a los dos bandos. Pero la verdad es que por lo menos tenemos a dos grupos en este país. Uno que ha hecho de la violencia su máximo fin de expresión y otro que pone continuamente a las víctimas. En medio tenemos la terrible y estremecedora desaparición del Estado.
Las estadísticas han ido subiendo como un caballo desbocado desde el año 2000 hasta nuestros días.
No es que antes de Felipe Calderón no hubiera existido violencia. Es que era una más matizada y, en cualquier caso, era una problemática que seguía teniendo sus largos tentáculos enterrados en el alma de la administración mexicana. Ahora es una guerra civil vestida de narco.
Claro que desde los años cuarenta ha existido el cultivo de la amapola en nuestro país. También es cierto que las drogas son un problema directamente proporcional al del mercado salvaje, que más allá de la frontera norte tiene claro que conforme pasa el tiempo se ha aliado con el de las armas y ha dado la mano a una extraña y diabólica mixtura para configurar el panorama que hoy tenemos.
Si no existiera el mayor mercado consumidor de drogas como lo es Estados Unidos, no tendríamos tantos muertos, ni tantas guerras. No habría tanta violencia si no existiera ese mercado, indecente e inmoral, de venta de armas legales, pero ilegales con las que las distintas pandillas y cárteles cubren a sus ejércitos, superando muchas veces las armas que les damos a los miembros del Ejército Mexicano para luchar contra ellos.
Y al final está el fenómeno del contagio. Necesitamos reconciliación, pero también requerimos pedir, definir e imponer responsabilidades.
Un Estado no sólo se construye con buena voluntad. Sin ella es imposible convocar a la sociedad, pero hay que entender que la comunidad, sobre todo, comprende la coherencia moral. Y esa obliga a castigar y a tender la mano a las nuevas generaciones para que no sigan llenando los ejércitos de sicarios