Antes cuando se llegaba al poder –como se hacía a golpe de avión privado, con camiones cargados de despensas, y mentiras a plazo fijo– había un guion, una expectativa de un sueño que nunca llegaba, pero que se repetía una y otra vez, en el camino para poderlo alcanzar.
Este es el primer poder que va a llegar por caminos de terracería, que come en los tacos de la calle, que no se caracteriza por pertenecer a ninguna casta ni mafia y que está compuesto por los que llevan siglos esperando a que llegue su momento.
Tiene que demostrar que además de hambre y furia –disimulada por el momento y por las ganas de que alguna vez le toque algo de la justicia prometida– los creyentes de Jesucristo van a tener el poder en sus manos.
¿Pero qué manos son esas? Es difícil en esta situación inédita saber qué es lo que hay que hacer.
Está igual de mal producir toda la tarde como si fuera lábaro en la escalerita de la casa de transición la buena nueva y el invento del Estado, como lo hacían los que gobernaban en la antigua Grecia o como le hacía Lenin, desde el podio del primer soviet del mundo el Petrogrado.
El presidente siempre está desnudo y postrado en una escalera, mientras le coloca su nombre y apellido a todo lo que hace. El resultado de esta elección tendrá un ganador o un culpable absoluto: AMLO.
No hay un solo nombramiento o pronunciamiento, el que sea, que no lo dé o asuma él.
Desde las tardes en las que Gandhi se dirigía a su pueblo para comunicar los pasos que se darían no se había asistido a un espectáculo, ni siquiera con Mandela, tan unipersonal de lo que significa el ejercicio de la democracia.
Eso es nuevo. Deseo de todo corazón que además sea un camino sin vuelta atrás. Que lleve al intento honesto y continuado de una mayor justicia social y del destierro del mal uso de las capacidades que tienen los estados, para hacer algo por los demás.
Resulta difícil saber por dónde empezar y a quién debe tranquilizar primero. ¿A los fondos internacionales y a las calificadoras? Dicho de otra manera, durante treinta años hemos tenido esta habilidad económica, desde El Efecto Tequila, producido por Ernesto Zedillo, el país ha funcionado con todas las condiciones e indicadores macroeconómicos, en un estado de absoluta dependencia a las normas generalmente aceptadas.
Sin embargo, eso no ha producido el desarrollo, ni tenemos menos pobres, ni se ha robado menos; ese mundo tan celoso, de que siga su ortodoxia económica, ha sido bastante indiferente, frente al fenómeno de los saqueos contra los pueblos.
¿A quién debe contentar primero López Obrador? A la espiral de la ilusión y no dejar que se caiga o a aquellos que hipotecan el desarrollo y crecimiento de sus pueblos sobre las normas convenidas y que, una vez que se cumplen, el resultado no les llega a esos pueblos.
Hay que saber que estamos en un proceso de prueba y error. Lo único que no se puede cometer es la equivocación de volver a creer que, una vez más, el Tlatoani por muchas barbaridades que haga, merece seguir siéndolo.
La historia de México está llena de sueños imposibles y revolucionarios asesinados a sangre fría, por la lógica implacable del poder. Que a nadie se le olvide que somos el país de Cuautla, Morelos, donde el caballo blanco de Zapata sigue corriendo y el ensangrentado de Parral, Chihuahua, donde mi General Pancho Villa pagó su tributo de no haberse habituado a vivir dentro del orden establecido.
Eso nos ha hecho un país, en el que cien años después, seguimos esperando un solo milagro: el del respeto a la pobreza y el intento de acabar con el espolio, el robo, la violación y el abuso sistemático del pueblo de México.
Resulta difícil saber por dónde hay que empezar.