Es importante que saque la cuenta de cuántos directores generales existían en las administraciones de Salinas y de Zedillo, así como la de cuántos servirán el último día del sexenio de Peña Nieto. Observará que el crecimiento ha sido exponencial.
Y no es porque hayamos pasado de ochenta millones de habitantes a más de ciento veintitrés millones. Es porque, sencillamente, cada vez que hay algo que llevarse en el poder se han incrementado los puestos para que los que se llevan lo poco que quedaba en la mesa, sean siempre los mismos.
El problema no está en querer matar de hambre a los que valen y a los que no, ni a los más de diez mil directores generales que tiene la administración mexicana, sino que debería haber un proceso de selección, para saber de qué sirve su dirección general y pagar bien a los que sirvan y echar a los que no.
El mejor ahorro es la racionalización, la eliminación de lo superfluo, la búsqueda de la calidad, no solamente en la gobernanza –una palabra que se ha puesto tan de moda en el servicio público– de los ciudadanos y la efectividad en el ejercicio de la administración pública.
Si algo hemos aprendido es que no se le podía dar a un policía de tráfico de ninguna ciudad el pretexto de pagarle mil pesos al mes, porque esa cantidad justificaba el robo de diez mil pesos más.
Hay que pagarles bien. El ahorro no está en no pagarles, está en cortar los superfluos y obligarles a hacer una gestión de calidad.
El Estado sufrió las mismas crisis que las empresas. Y esta compañía está en quiebra porque los accionistas, que somos todos los mexicanos, no hemos encontrado la manera de echar a los que nos engañan, nos decepcionan y no nos dan el servicio por el que les pagamos.
Las sociedades sajonas se caracterizaban porque desde pequeños tenían la sensación de que mandaban porque pagaban impuestos. Nosotros teníamos la sensación de que debíamos dar gracias a Dios por ser solamente robados y no violados o asesinados por los mismos poderes magnánimos.
La clave está en la exigencia de la responsabilidad. Yo no creo que México deba encargar a las grandes consultoras –como hizo la fantasmada de Vicente Fox– el buscar un gobierno a través de headhunters, pero sí creo que haría bien hacer una introspección profunda sobre para qué existen las administraciones actuales.
Debemos saber para qué sirven los llamados tres órdenes de gobierno, más allá de lo rimbombante de los títulos. Por ejemplo, recoger basura se entiende, es un tema municipal; el tráfico ya empieza a ser más complicado y la seguridad, ni le cuento. No hay ningún policía que se sienta vinculado a la obligación de mantenernos vivos, ellos son policías para todo lo que no sea la seguridad.
La policía estatal, pues ya se sabe. Es ahí donde empieza el fénix de las inconsecuencias de nuestro Estado y en donde la piel de la corrupción se hace más dura. Ellos sí creen en la seguridad, pero mejor no preguntar a quién creen que deben de proteger. Desafío a cualquiera a que haga una encuesta y descubra que la palabra ciudadano es desconocida para ellos.
Es un sistema que ha colapsado, pero el origen está en la falta de capacidad para pedir cuentas. Es verdad que si te van a matar, no se te ocurre siquiera ir a denunciar que te han asaltado, no vaya a ser que el asaltante sea el que te tiene que hacer justicia. Pero también hay que saber que el gran ahorro del país está en cambiar la norma ética y la confiabilidad. Eso sólo lo vamos a hacer el día que invirtamos la pirámide del miedo. Dicho de otra manera, el día que los policías, los funcionarios corruptos y los que nos torturan en nombre de nuestros impuestos y leyes, tengan más miedo del que nos producen a nosotros.