Mucho antes de que el mundo fuera pura imagen, México dio una lección de cómo quería e iba a relacionarse a través del símbolo gráfico con el resto del mundo.
La fotografía de Pancho Villa y Emiliano Zapata antes de entrar al Palacio Nacional sentados en dos sillas –discutiendo quién sería presidente de la República– recorrió el mundo y anunció una de nuestras singularidades a la hora de ejercer el poder.
La foto de ayer de López Obrador y Peña Nieto en el Palacio Nacional no se parece a la de Pancho Villa y Emiliano Zapata, pero sí tiene mucho de una imagen inédita y nueva de un tiempo en el que políticamente resulta muy difícil de entender la función de una personalidad como la de López Obrador.
Los viejos agravios, los enemigos y los odios que parecían irreconciliables se juntaron en una fotografía con dos intenciones: la primera, que el pueblo viera la continuidad institucional que sigue un proceso electoral en el que unos ganan y otros pierden, y la segunda, recordar que –pese al inicio de esta campaña que fue brutal en el sentido de tener que prevenir los daños que harían los populistas contra el país– una vez que ganaron la elección y que Palacio Nacional sería suyo por voluntad popular, todos juntos daban el mensaje a México de que pase lo que pase era civilizado o por lo menos así se intentará.
Es un mundo curioso, lleno de contrastes como el que estamos viviendo. Generacionalmente los que se van representan el presente y el futuro, mientras que los que llegan tienen aspectos y son personas a las que hay que situar más en el ayer que en el mañana, desde el punto de vista generacional.
Sin embargo, la fotografía y su doble lenguaje, el gráfico y el verbal, funcionó bien para explicarle al pueblo de México cuántas cosas habían cambiado el 1 de julio y qué es lo que habría que esperar a partir del 1 de diciembre.