Poco a poco, día a día y nombramiento a nombramiento, la realidad va apareciendo.

Si sacamos las cuentas de todo lo prometido puede ser que esté dispuesto a creérmelo. Que lo que ahorremos de corrupción, aunado al fin de la impunidad, al ajuste salarial y todo eso, podamos comenzar a cumplir con algunos de los programas sociales.

Siempre he creído que el desarrollo es que la gente viva mejor y no peor.

Sólo conozco una manera de repartir riqueza y es creándola. Y eso exige que existan unos criterios de gestión, sobre todo en la vida pública de optimización de los recursos que tenemos. Naturalmente en un país donde el robo del erario es hecho de manera tan masiva, el cortar esa tradición significa incrementar, por muchos puntos, lo que representa la capacidad de inversión.

Pero además de eso, necesitamos no solamente tener una nueva constitución moral, requerimos un deseo: Regenerar en sus valores al país –con el que estoy completamente de acuerdo– fijando los programas que nos permitan optimizar de la mejor manera posible lo que son los bienes nacionales en beneficio de todos.

Y ahí es donde me surgen las dudas.

Ojalá existiera un momento en el que pudiésemos ya no dar una vuelta atrás, sino hacer planteamientos en los que sencillamente la base de nuestro esfuerzo, la que le permitió al pueblo chino pasar de ser uno de más de setecientos millones de esclavos a la primera potencia mundial económica del mundo junto con los Estados Unidos de América, fue el trabajo incesante y el acierto de no equivocarse en los resultados que ese trabajo produjo.

Es verdad que, en ese momento, hubo mucha gente que creyó que ese cambio en la economía china traería también un cambio político.

Eso no ha pasado y en mi opinión no pasará.

En nuestro caso, no necesitamos ningún cambio de modelo político. Precisamos simplemente que la realidad se superponga a la voluntad ciega o de las buenas intenciones.

En ese sentido –y merece unos comentarios muy separados la intención de centtralizar todas las compras– es algo que hay decir que nunca nadie en la historia de la humanidad, ni siquiera gente como Stalin que lo intentó, le salió.

Para los estados modernos, es terrible lo que significa una concentración de toda la capacidad de compra del Estado sobre una economía y todas las que son tan afectadas por el peso público, como lo tiene la nuestra.

Pero, es que además, si existe una manera de no poder luchar contra la corrupción y de permitir que termine adueñándose de todo, es concentrar el poder de la compra y de todas ellas en muy pocas manos.

Sé que es necesario ilusionar, crear y construir los escenarios que permitan avanzar a los pueblos, pero también sé que cada día que pasa y a cada hora necesitamos más bien sacar la cuenta para saber qué será posible hacer y qué es simplemente una ensoñación sin ninguna posibilidad real.

 

Reporte Índigo