REFORMA

Roberto Zamarripa

Cd. de México (13 septiembre 2020).- Con videos o sin videos hago siempre lo que quiero y mi hashtag es la ley…

“Leona Vicario es un ejemplo de la mujer que arriesgó todo para enviar mensajes, para confrontar ideas con personajes anti-independentistas y que también dio dinero y no la grabaron; me gustaría ver el video de cuando Leona Vicario diera dinero para que todos pudieran comer en los campamentos y lucháramos en la Independencia”, dijo el 21 de agosto pasado Beatriz Gutiérrez Müeller, la responsable del Consejo Asesor de Memoria Histórica y Cultural de México.

El contexto de su declaración tenía que ver con la difusión de los videos donde Pío López Obrador, hermano del Presidente de la República, recibió en 2015 de David León dinero en efectivo oculto en bolsas y sobres de papel y con la anterior divulgación de videos presuntamente grabados por órdenes de Emilio Lozoya, donde panistas recibieron millones de pesos en efectivo debidamente acomodados en maletas de viaje.

Mientras aún se debate si en la 4T el efectivo en maletas es soborno y en bolsas de pan es donativo, en la guerra de Independencia -la 1T para versar según la nueva historia oficial- no eran muy diferentes los usos y costumbres para conseguir dinero en la lucha por el poder.

A Leona la sometieron a juicio en un proceso que, a partir de su detención, no demoró más de dos meses para su sentencia. Las cartas clandestinas y cifradas que enviaba a los Insurgentes fueron interceptadas por los personeros de la Corona y presentadas ante un juez quien las validó como incriminatorias. En plena lucha por la Independencia fue declarada culpable, pero una década después fue reivindicada y hasta indemnizada.

En la actualidad con todo y videos el caso Odebrecht lleva dos años sin resolverse y el de Pío-León ni audiencias lleva.

De Niña Bien a Benemérita

Aquellos hombres cuyo arrojo fiero / Todo lo grande y lo sublime entraña / Sin título, ni honores ni dinero / Sin más cuartel que el llano y la montaña (Patria. Juan de Dios Peza. 1885).

María de la Soledad Leona Camila Vicario nació el 10 de abril de 1789. De padre español y madre toluqueña, Leona Camila quedó huérfana a los 17 años de edad y fue adoptada por su tío materno Agustín Fernández de San Salvador, Don Agustín Pomposo, quien le prodigó de todos los cuidados y lujos.

Le puso casa en el número 19 de la Calle de Don Juan Manuel (hoy la Calle de Uruguay donde hay comercios que ofrecen invitaciones y productos para fiestas, muy cerca de la Avenida 20 de Noviembre).

Leona era una muchacha de estatura regular, tez blanca y sonrosada. “Robusta y bien formada; movimientos graciosos; rostro lleno, afable y sonrosado; frente ancha, alta y vertical; cejas muy delgadas; ojos grandes, negros, de mirar luminoso, firme y enérgico; y boca pequeña y sonriente”, según su biógrafo Genaro García. (Leona Vicario. Heroína Insurgente. 1909)

La casa puesta por su tío fue arreglada al gusto de ella y sin limitaciones. Heredó de sus padres 107 mil pesos entre dinero, alhajas y muebles. En capital contaba con 85 mil 400 más una renta anual de 4 mil 270 pesos que le daban por el impuesto a peaje en el camino de Veracruz que igualmente por herencia le correspondía.

Describe su biógrafo Genaro García: “Desplegó exquisito lujo para amueblar su casa con canapés que teñían cojines forrados en seda; mesas grandes, rinconeras, sillas, cómodas y aguamaniles de madera y bálsamo y embutidos, espejos grandes con otros ovalados en los copetes; baúles de linaloe pintados; candelabros de cristal azul turquí dorado; bombas de cristal blanco con sus cadenillas para colgar y pinturas de valor. El mismo buen gusto aparecía en su vajilla de Sajonia, en sus vasos de cristal dorado, en sus cucharas, cucharones, tenedores, cuchillos, braserito, candeleros, saleros y vinagrera, todos de plata, y principalmente en los útiles y enseres que sólo ella usaba, como su rosario de perlas y oro, de siete misterios; sus escobetas con guarnición de seda y plata, para peinarse; su partidor de plata y sus peines de carey; sus fundas de almohada hechas de cambray y entretejidas con lazos de listón; su almohadilla de madera de bálsamo con chapita y llave de plata; su dedal de oro; sus devanadores de carey con seda y su caja de pinturas muy finas, maqueada”.

Instruida, con habla de francés, conocimientos de ciencia política y literatura, pasados sus veinte años, Leona Vicario empezó a simpatizar con el movimiento insurgente activado por el cura Miguel Hidalgo. Su convicción tuvo también una dosis sentimental: el yucateco Andrés Quintana Roo, quien vino de Mérida a la capital del virreinato para estudiar la carrera de abogado y se acogió al despacho de Agustín Pomposo, quedó prendado de ella. De 22 años, con aficiones literarias igual que Leona, Andrés la cortejó aunque formalmente ella estaba comprometida con Octaviano Obregón. El tío Don Agustín negó la mano de Leona a Quintana Roo por, según versiones varias, sospechar que estaba enrolado en la causa independentista que aborrecía Don Pomposo.

Leona tampoco se casó con Obregón porque este viajó a Cádiz y ella acendró su simpatía por la causa insurgente. Quintana Roo en definitiva se afilió al movimiento y su enamorada mantuvo correspondencia con él y con otros líderes insurgentes. En las cartas se refería a ellos en claves: Mayo era el seudónimo de Andrés, Telémaco, el de su primo Manuel Fernández, Ramón y José María, de los hermanos López Rayón, quienes mandaban en Tlapujahua, centro de operación de los Insurgentes.

En su “Necrología” (1842), Carlos María de Bustamante refiere que Vicario convenció a los mejores armeros vizcaínos que trabajaban en la Maestranza del Virreinato para fabricar fusiles en el Campo del Gallo en Tlalpujahua.

“Remitía a los insurrectos medicinas y ropa, encargábase de ejecutar en México la compostura de sus relojes de bolsillo, ayudaba económicamente a los presos en la propia ciudad por causa de la guerra de Independencia, así como a los familiares de algunos armeros vizcaínos que había seducido”, según refiere Carlos Echanove Trujillo. (Leona Vicario. La mujer fuerte de la Independencia 1945).

Leona Vicario se acabó su herencia con sus aportes a los Insurgentes. Bueno, le pertenecían, pero también les daba dinero que recibía de su tío Don Agustín quien él como anti-Insurgente, indirectamente financiaba al movimiento.

“Estos desembolsos implicaban para Leona un verdadero sacrificio, no precisamente porque fueran excesivos, sino a causa de que el Consulado de Veracruz dejó de pagar, por falta de recursos, desde el 1 de septiembre de 1811, los réditos de capital que le reconocía”.

Las mesadas de su tío pasaron de 500 pesos a 150.

“Dejó entonces, por ejemplo, de usar coche, vendió las mulas en enero de 1812 y poco después el único carruaje que había conservado”. (Genaro García. Op.cit).

Tras un trabajo de inteligencia, el capitán Anastasio Bustamante detuvo a fines de febrero de 1813 al arriero Mariano Salazar, el mensajero de Vicario con los Insurgentes, con un paquete de cartas clandestinas.

Alertada de la detención, Leona Vicario huyó y anduvo a salto de mata. Fue convencida de presentarse en la ciudad capital luego de que su tío Agustín había solicitado un indulto del Virrey y quedó encerrada en el Colegio de Belén Las Mochas.

El 17 de marzo de 1813 le fue tomada su primera declaración. El Juez centró su interrogatorio en los nexos de Vicario con los Insurgentes y no incidió tanto en la aportación de dinero aunque sí en el destinatario de dos pistolas que ella había obsequiado. Ella negó esa entrega.

El resto de preguntas fueron sobre las identidades reales de los personajes que mencionaba con seudónimo. Algunos fueron identificados por ella y otros los encubrió.

El 22 de abril se hizo otra declaración para tomar confesión y formularle cargos. Fue más severa y larga en duración.

Su tío Agustín Pomposo le había presionado para confesar nombres de insurgentes con los que mantenía contacto y así lograr el indulto. Lo consignado entonces (reproducido tal y como fue asentado en el acta) indicaba:

“Héchole el cargo del delito que ha cometido de conservar la correspondencia con los rebeldes recibiéndoles sus cartas y contestándolas. Dixo: No haber creído fuese delito recibir y contestar unas cartas cuyo contenido era puramente de cosas indiferentes.

“Reconvenida de que por sus mismos papeles se convence de no ser acerca de cosas indiferentes sino que trataban sus cartas de los traidores que abandonando la justa causa se habían pasado al partido infame de la Insurrección, acerca de los quales manifestaba su cuidado si habían llegado felizmente, con otras especies que dan bien a conocer su afición por ellos. Dixo que era natural el cuidado de unas personas a quienes había estimado antes de irse, y no porque lo han hecho había de mudar de afectos, no siendo por consiguiente prueba de adección (adhesión) a los rebeldes al embiarles memorias, y tener ese cuidado prescindiendo del partido que hubieren abrazado”.

“Buelta a recomvenir sobre que no insiste en negar su adección y afectos a los bandidos quando es claro esto por la parte que tubo en que se fuera con ellos el nombrado Telémaco. Dixo: no tener participio alguno en la ida de Telémaco con los Insurgentes”.

Así, una a una las respuestas eran consistentes en su convicción y protección de sus colegas insurgentes. Fue declarada culpable.

Al día siguiente, empero, tres hombres disfrazados -enviado por los López Rayón- la rescatan del Colegio, emprende la huida y se encuentra con Quintana Roo. Se casa con él en Tlalpujahua. Sus bienes son confiscados y es declarada por la Corona como traidora.

Diez años después, tras la caída de Agustín de Iturbide, el nuevo gobierno la reivindicó; fue indemnizada con 112 mil pesos, parte de lo cual era el valor de la hacienda Ocotepec en los llanos de Apan, de pulque y ganado, más tres casas en Santo Domingo.

El 21 de agosto de 2020 fue develada una estatua en su honor por el Gobierno federal y de la CDMX.

El insaciable Iturbide

Hay de aportes a aportes. Lo de Leona Vicario eran propinas para lo que Agustín de Iturbide recibió o se robó.

Nacido en Valladolid el 27 de septiembre de 1783, Agustín de Iturbide, como se sabe, fue un opositor férreo de los Insurgentes, convirtiéndose en un leal soldado de España; su brutalidad y cinismo, su destreza en guerra y sus actos sanguinarios, fascinaban en medio de las aguerridas batallas con los indomables Insurgentes y de las acciones represivas dictadas por el Virrey Félix María Calleja.

Venció a Morelos en diciembre de 1813 en Lomas de Santa María y se convirtió en el consentido de Calleja. Pero como estarían las corruptelas de Iturbide en Guanajuato que Calleja tuvo que retirarlo del mando de esa provincia pues casi destroza la industria minera con negocios particulares y la expoliación de los mineros.

Iturbide quedó en la Ciudad de México entre 1816 y 1820. La revuelta no era sofocada, y él se ofreció para eliminar el reducto del sur que comandaba Vicente Guerrero.

“Iturbide, simpático a los europeos porque había combatido a su lado joven aun, algo corrompido de verdad, pero de esa corrupción brillante con que transigen las honradeces del siglo, despilfarrado como todos los ambiciosos que improvisan por malos medios su fortuna y se la dejan arrancar con calculada indiferencia por los amigos, porque esperan encontrar en ellos cómplices obligados de sus nuevos robos y de sus nuevas liviandades, Iturbide era el hombre que necesitaba para alcanzar su emancipación de Europa”, escribió su biógrafo el periodista y político español Carlos Navarro y Rodrigo. (Agustín de Iturbide. Vida y Memorias. 1906).

El michoacano sedujo al virrey -sustituto de Calleja- Juan José Ruiz de Apodaca y Eliza (un personaje extremo que pretendía amurallar la Ciudad de México para evitar el paso de los Insurgentes) a fin de encabezar acciones en el sur que aniquilaran a las tropas independentistas. Justo en España había triunfado la revolución liberal que ponía en predicamento a la Nueva España. Y Apodaca estaba urgido en sofocar la rebelión. Confió a Iturbide le encomienda. El 16 de noviembre de 1820 salió hacia el sur y tres días después ya le mandaba una carta a Apodaca pidiéndole refuerzos que le fueron concedidos desde Celaya.

“Aseguraba también Iturbide al Virrey que tenía necesidad de muchos fondos, que al efecto había pedido, bajo su responsabilidad, varias cantidades tomando a rédito sobre sus fincas 35 mil duros y facilitándole otros 25 mil Cabañas, el obispo de Guadalajara, que en honor a la verdad los prestaría con su cuenta y razón, porque ya hemos dicho que este obispo era de los más comprometidos en contra del sistema liberal triunfante”. (Carlos Navarro. Op. Cit.)

El obispo Juan Cruz Ruiz de Cabañas era un furibundo opositor de los Insurgentes y no solo de palabra. Tras el grito de Dolores de Hidalgo, participó en Guadalajara en la formación de la Junta Superior Auxiliar de Gobierno, Seguridad y Defensa que convocó a los hacendados a armar a sus mozos para que hicieran frente a los rebeldes. El 24 de octubre de 1810, Cabañas lanzó un edicto de excomunión contra el cura Hidalgo, Allende, Aldama y Abasolo y todos sus secuaces porque habían declarado la guerra a “Dios, su santa Iglesia, a la Religión, al Soberano y a la Patria”.

Iturbide imploró al Virrey Apodaca por dinero -a pesar de lo suministrado por Cabañas y otros- con el objeto de “distribuir la moneda con prudente liberalidad, pues por ello aventuran los hombres sus vidas y hacen esfuerzos que no practicarían por ningún otro estímulo”. (Carlos Navarro y Rodrigo. Op. Cit.)

Apodaca ordenó el depósito de 12 mil pesos en Cuernavaca y 2 mil 500 soldados a su disposición.

Como es conocido, Iturbide no pudo vencer militarmente a las tropas de Vicente Guerrero y Pedro Ascencio y decidió virar su estrategia: convencer al caudillo sureño de unirse para derrotar a la Corona y proclamar la Independencia.

De ahí derivó el encuentro y abrazo de Acatempan y la promulgación del Plan de Iguala. Iturbide estaba listo para emprender una campaña triunfante con la toma de la Ciudad de México y proclamar un nuevo gobierno. Y fue por más dinero para sostener su campaña al frente del Ejército Trigarante.

Se enteró que un cargamento con 525 mil pesos de cuenta del comercio de Manila saldría de la Ciudad de México, y le aseguro al Virrey que cuidaría de él en su camino a Acapulco para que nadie se lo robara.

“Iturbide lo hizo como se le mandaba, pero tuvo muy buen cuidado de declararse su dueño cuando el convoy llegó a Iguala, en donde había reunido todas sus tropas de confianza para tremolar al aire el estandarte de la Independencia”. (Carlos Navarro y Rodrigo. Op. Cit).

Matanga dijo la changa. Ni quien le hiciera una auditoría a las tropas de Iturbide.

El dinero no es la vida, es tan solo vanidad

En “Memorias de mis tiempos”, Guillermo Prieto apunta sobre el robo de Iturbide del cargamento que iba para Acapulco hecho que pintaba su “desinterés y moralidad”.

Pero cuenta algo más: “En los momentos de la proclama del Plan de Iguala, Iturbide tuvo que hacer una salida precipitada con sus fuerzas y dejó a Guerrero en depósito los caudales, diciéndole que en caso necesario tomase lo que fuese bastante para sus tropas.

“Como se sabe las tropas de Guerrero no podían estar en peor situación.

“Viviendo a la intemperie, hambrientas, desnudas y mal armadas, eran masas de hombres sostenidas por el amor a su jefe y a su causa que sentía más de lo que pudieran razonar.

“Un sombrero era como una curiosidad artística; los zapatos artículos desconocidos; y en su menú cotidiano, cuando había plátanos y se bebía tuba se llegaba a los esplendores de Recamier.

“Iturbide volvió de su expedición, y al ver el mal estado de las tropas de Guerrero, le reconvino porque no estuviesen mejor atendidas.

– ¿Y el dinero que le dejé a usted?

– Ahí está

– ¿Por qué no ha tomado usted, como le dije, para sus tropas?

– Porque me lo dejó en depósito

– Sí, pero le dije a usted que tomase lo necesario

– Bueno, pero yo de nada necesito

– ¡Ea! Tome usted seis u ocho mil pesos para usted y sus soldados.

– Señor, recoja su dinero y no me los mal enseñe.

Guerrero devolvió el depósito a Iturbide sin haber dispuesto ni mandado disponer de ni un solo centavo.

Vicente Guerrero acompañó a Iturbide hasta que inició la aventura del Imperio lo que los puso de nuevo por caminos distintos. Iturbide huyó del país y Guerrero llegó a ser Presidente, pero los que siempre se le opusieron conspiraron para asesinarlo.

Secuestrarlo y matarlo salió en 50 mil pesos. El marino genovés Francisco Picaluga, quien a Guerrero le había dado servicios de transporte de tropas y víveres, tendió una celada. Se atribuye que el Ministro de Guerra del Presidente Anastasio Bustamante (aunque Guerrero era Presidente legal) convino con Picaluga pagarle 50 mil pesos a cambio de que entregara en Huatulco a Guerrero para su fusilamiento.

El 15 de enero de 1831, Picaluga invitó a comer a Guerrero en “El Colombo”, la embarcación de su propiedad. El líder Insurgente acudió acompañado de Manuel Zavala, Manuel Primo Tapia, Miguel de la Cruz y José de la Cruz. Ya a bordo, Picaluga mandó levar anclas y la tripulación armada detuvo a los comensales.

Habían terminado de comer. Corrió el aguardiente y las viandas. Cuando Guerrero quería despedirse, ya sobre las cuatro de la tarde, apareció sobre cubierta un grupo armado que había estado oculto en la bodega y en la escotilla de la popa, armados con espadas.

“¡A tierra todo el mundo!”, gritaron, según el relato consignado en “Guerrero el Héroe del sur”, de Antonio Magaña Esquivel. (1946).

“El general (Guerrero) preguntaba a Picaluga sobre tan extraños acontecimientos. Este, con la sangre fría propia de su carácter infame, le dijo: ‘¿Qué quiere usted señor General? Como hacía tanto tiempo que estaba fondeado el buque, hoy que sale a la mar, se ha emborrachado la tripulación'”. (Magaña. Op. Cit.)

Cinco días después llegó a Huatulco y el líder fue entregado a sus enemigos. El 14 de febrero Guerrero fue asesinado en Cuilapan.

Los conservadores querían quitarse del camino al líder liberal y del partido yorkino, el veterano Guerrero. Por 50 mil pesos, nada más.

La charola Trigarante

“Mientras ocurría la ocupación de México por el Ejército Trigarante, en Nueva Galicia (Guadalajara) se hacian mil muestras de simpatía por la causa nacional, entre otras, abriéndose una subscripción para auxiliarlo y proporcionarle vestido y equipo”, narra Luis Pérez Verdía en su “Historia Particular del Estado de Jalisco” (1952).

El obispo Cabañas encabezaba la recolecta en 1821. Convocó a Pedro Juan de Olasagarre, un comerciante de raíces vascas proveniente de Panamá que tenía 8 años avecindado en tierras jaliscienses, y que recién había comprado al contado la hacienda de Atequiza. Poseía un barco con el que comercializaba sus productos agrícolas. También José Ignacio Cañedo y Arroniz dueño de un mayorazgo en el valle de Ameca y poseedor de una inmensa fortuna pero que había sufrido pérdidas con la Guerra de Independencia. Y así, los más ricos y los más fieles.

La relatoría de las contribuciones para el empoderamiento de Iturbide fue plasmada por Pérez Verdía.

“El Sr. Obispo Cabañas contribuyó con mil 500 pesos; D.A. M. Gordoa con 4 mil; D.F. Retes con mil. D. Pedro Juan de Olazagarre con mil. D. Pedro Prieto con mil. D. Manuel García de Quevedo con 500 pesos y 30 caballos; D. Rafael Dávila con 100 caballos. D. José Ignacio Cañedo con 300 y una gran parte de los vecinos con menores valores”.

Cabañas, el benefactor de grandes obras en Guadalajara empezando por el Hospicio que hoy lleva su nombre o el Santuario de Nuestra Señora de Zapopan, consagró a Iturbide como el Emperador Agustín I el domingo 21 de julio de 1822, en una misa celebrada en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México. Lo coronó al grito de “¡Vivat Imperator in aeternum!”.

A partir de ahí México volvió a fracturarse.