“El hiperpresidencialismo es la condición a través de la cual un presidente de la República tiene los atributos para organizar la vida cívica en el país. En nuestro caso (Chile) el poder Legislativo principalmente vota leyes presentadas por la máxima autoridad. Los ministros del Estado pueden intervenir en los debates legislativos, de forma preferente. Las mociones (es decir, los proyectos que salen de los propios congresistas) deben sortear dos elementos condicionantes: que el presidente les fije urgencia y que el presidente no le dé un veto a la iniciativa. Esto limita la posibilidad que el poder Legislativo tenga mayor potestad en la legislación. De ahí, que muchas veces los congresistas reclamen que son tratados como el <<buzón>> del poder Ejecutivo”. (Bruno Córdova, pousta.com)

He tomado la cita anterior como breve introducción a este tema porque describe con puntualidad lo que está sucediendo en México con la forma en que se conduce el señor presidente y su marcada extralimitación en sus facultades (constitucionales). Considero pertinente, en estos días aciagos y de lamentable verborrea oficial, indagar en los anales de la historia contemporánea, algunas luces que iluminen esta senda plagada de enfermedades propias de la irracionalidad y la deshumana pasión que hace de la política una actividad nefasta y repugnante; quienes sabemos de las bondades de esta, debemos defenderla de sus enemigos, de sus falsos amigos y de sus pseudoredentores.

Parece que es una terquedad mayúscula el pretender reproducir los mismos esquemas de gobernar cuando se han pasado toda su vida en una “lucha” por cambiar esos estilos personales de hacer política y ahora que se tiene la posibilidad de erradicar esos males que, según las mismas consignas que enarbolaron y arengaron durante décadas están contaminadas de origen con todos los síntomas de una corrupción en todos los niveles y en todos los ámbitos de la administración pública. Todo ello era, según sus propios dimes y diretes, parte de un sistema podrido que tenía en la figura de una sola persona, presidente de la República, titular del poder Ejecutivo, al que ponía y disponía, el único todopoderoso que decidía lo que si y lo que no.

El presidencialismo y el partido hegemónico fue cediendo espacios en la reconfiguración de las instituciones del sistema, por una parte; por la otra y más importante, la ciudadanía ha venido haciendo valer sus derechos y democratizando la vida pública. El equilibrio de poderes era (y sigue siendo) letra muerta, la constitución política incluso ordena un solo y supremo poder y solo para su ejercicio se divide en tres. Pero ya sabemos la historia patria (para ponernos en tendencia) y ese equilibrio nunca ha fructificado en la máxima y los principios que le inspiran: pesos y contrapesos.

El huésped del Palacio Virreinal después Imperial hoy Nacional, pretende acabar con la corrupción, pero con los mismos métodos y otros más gandallas, lo que hace deja ver toda la simulación de la que también reniega. Tanto denostar al Congreso de la Unión de los regímenes que le antecedieron, por “levanta manos” y “agachados” al Ejecutivo y nos sale con un berrinche del tamaño de “por qué ellos si podían y nosotros no” y se de paso le da una ignorada al poder judicial al enjuiciar, desde su tribuna que diariamente la convierte en un tribunal plenipotenciario de tipo inquisitorial para acusar, juzgar y condenar por “traición a la patria” a quien no se somete a sus designios en su afán intransigente de acaparar el control del Estado de manera totalitaria y absoluta y mediante la aplicación de un Derecho de Estado por sobre el Estado de Derecho y los procesos democráticos que otorga legitimidad.

En fin, una primera entrega sobre el tema del que poco se ha divulgado y mucho hay que investigar, analizar y comentar. Nos leemos próximamente mientras tanto que haya paz. Comentarios, menciones y mentadas a nigromancias@gmail.com Twitter: @JTPETO