Demián Flores, un ‘juchilango’ entregado al arte

REFORMA

Israel Sánchez

Cd. de México (06 enero 2023).- Cuando un joven Demián Flores determinó que quería dedicarse al arte, su padre, el poeta Miguel Flores Ramírez, lo llevó a conocer a su amigo Francisco Toledo (1940-2019). Un encuentro que definiría su camino.

“Me dijo: ‘Ve a ver al maestro, a que platiques, capaz que no es lo que (esperas)”, recuerda en entrevista el artista nacido en Juchitán, Oaxaca, en 1971, año en que Toledo fundara ahí la Casa de la Cultura, donde tuvieron lugar sus primeros acercamientos con el arte siendo todavía un niño.

“En esa pequeña casa de cultura había una biblioteca importantísima de arte. Antes de que la obra pasara al acervo de lo que hoy conocemos como Colección Toledo, fue el primer lugar donde se concentró todo. Entonces nosotros teníamos exposiciones, imagínate, de primerísima”, agrega sobre su primera escuela.

No sería sino hasta antes de su ingreso a la entonces Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP, hoy Facultad de Artes y Diseño de la UNAM), cuando el padre de Flores lo llevó a la casa del importante creador oaxaqueño, con quien el poeta colaboró en la revista Guchachi’ Reza, y a quien el joven encontró experimentando con tierra y lodo.

“Todo el patio de su casa era una gran escultura, que en la primera lluvia se cayó. Era impresionante ver todo eso, y yo entro a ese ambiente, lo veo trabajar, y pues no cruzamos palabra alguna”, rememora.

“Pero sí que cuando mi papá va por mí de nuevo, (Toledo) me dice: ‘Ah, pues qué bueno que vas a estudiar, me da gusto'”, relata. “En esos años era muy difícil, muy complicado que los jóvenes vinieran a estudiar a la Ciudad de México. Y entonces me dijo: ‘Qué bueno, y quiero que vengas, por favor, a verme y me traigas (tus trabajos), a ver cómo vas”.

El joven creador en ciernes le tomó la palabra, y entonces sus años de estudiante los vivió entre el tiempo en la UNAM y los retornos a su Estado, donde el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO) -también bajo la tutela de Toledo- se volvería también fundamental para su formación.

Viajes en los que conoció, por ejemplo, a gente como Juan Alcázar, pintor y grabador al frente del taller Rufino Tamayo, espacio que acogió la primera exposición de Flores en Oaxaca. Una exhibición de los grabados que hacía en la ENAP, de donde eventualmente egresaría como grabador.

“Yo regresaba mucho a ver al maestro (Toledo), a mostrarle mis dibujos. Él me daba muchas lecturas”, remarca. “Me dejaba libros para leer, pero además me dejaba los grabados de su acervo para revisarlos. Me decía: ‘Oye, ve estos grabados de expresionismo alemán’, y me dejaba los portafolios. Yo tuve la posibilidad de estudiar con el Goya en mis manos”.

Con tal influencia en su vida, no son fortuitos los esfuerzos de Flores por crear instancias de vinculación social a través del arte. En su casa y estudio de trabajo al sur de la CDMX, con un proyecto bautizado como La Cebada, abrió un cine para los niños del barrio; en la Ciudad de Oaxaca, por otro lado, crearía La Curtiduría, donde se imparten lo mismo un taller de grabado que las Clínicas para la Especialización en Arte Contemporáneo.

“Nace como eso, un espacio que intentaba yo hacer como esa casa de la cultura en la que tuve la oportunidad de estar”, resalta sobre el recinto abierto en 2006, en una de las últimas curtidurías en el barrio de Jalatlaco, y de donde han salido creadores como el colectivo Los Tlacolulokos.

“Yo soy de Juchitán, del mismo pueblo que Toledo, y crecí desde niño cobijado por su infraestructura y por su vida y por su generosidad. La Curtiduría, digamos, es una consecuencia de eso, justo porque yo sí creo en el arte como un transformador. Y lo digo en primera persona, porque a mí me transformó de manera personal”.

De ahí que no falte quien vea en Flores al heredero más claro del espíritu de Toledo, fallecido hace ya más de dos años. Para el artista cuya vida al día de hoy continúa dividida entre la CDMX y Oaxaca, la ausencia de su maestro “es un hueco imposible de llenar”.

Un ‘juchilango’ con pasado grafitero

El recuerdo e impacto de su infancia en un lugar tan simbólico como Oaxaca tiene un sitio especial en el imaginario pictórico de Flores.

“Vengo de una comunidad indígena, con una fuerte tradición, cargada de mitos, de leyendas, y de una realidad bien, bien especial; bien específica”, subraya el único artista al seno de una familia de comerciantes, algunos parte de la historia local.

“Por ejemplo, mi abuelo (Norberto Cortés), además de comerciante, antes también tuvo una vida política; fue Presidente Municipal de Juchitán”, comparte. “Mi abuela era una mujer indígena fuertísima, de esas juchitecas que trabajó hasta su último día, siempre vestida de nahua, de huipil, hablando zapoteco”.

A todo este bagaje del Istmo se sumaría la asimilación de la cultura de masas a la llegada de Flores a la CDMX, radicando por mucho tiempo en una unidad habitacional en Villa Coapa, desde donde las vicisitudes de la época terminarían por moldear sus intereses y afinidades.

“Era justo en el momento antes del Tratado de Libre Comercio, cuando la fayuca existía, cuando las culturas suburbanas se conformaban, y a mí me tocó mucho esa época de los chavos banda. Yo dibujaba muchísimo, y me acuerdo que hacía muchas cosas para las chamarras de mis propios vecinos, o mis primeras pintas y grafitis; yo las hacía mucho también junto con esas culturas, a lo cual yo también pertenecía”.

¿Pintabas en la calle?

Sí, yo llegué a pintar en la calle de joven, a hacer mis “placazos” con esténciles. Y también hacía lo de las chamarras.

A mí siempre me ha encantado la música, entonces yo copiaba los discos, las portadas de Yes o de Pink Floyd, para unas carpetas que había antes.

He ahí el origen de los temas que atraviesan la obra de Flores, que suele mezclar imágenes de la cultura pop con destellos de tradición e historia nacional: la memoria, el territorio y, sobre todo, la identidad; “cuestiones tan sencillas como preguntarme: ¿Quién soy?, ¿de dónde vengo? y ¿a dónde voy? Esas son constantes”, reconoce.

“Y, en mi caso, pues es una identidad trastocada, como yuxtapuesta. Tan es así que, en algún momento, mi forma de definirme, de definir mi propio trabajo, yo decía que era como una especie de ‘juchilango’, una mitad juchiteco y mitad chilango”, continúa, recordando que incluso ese fue el título de una exposición.

En cuanto a la técnica, la experimentación ha sido su marca, moviéndose con libertad entre las diferentes artes gráficas; lo mismo del grabado a la pintura que de la escultura a la serigrafía. Un rasgo que le parece distintivo de su generación, que si bien todavía abrevó mucho de la tradición, también sirvió de campo fértil para que los nuevos lenguajes contemporáneos florecieran.

“En mi caso, pues toda esta idea que yo empecé a desarrollar de la gráfica, digamos, expandiendo sus propios límites”, expone el creador para quien nociones como la matriz, el soporte o la multiplicidad dejaron de ser meros elementos de una técnica para convertirse en detonantes conceptuales.

“Por ejemplo, el soporte no tenía que ser a fuerzas un papel en el que está impreso un grabado sino que puede ser el muro”, dice, y recuerda el mural que plasmó en el Padrão dos Descobrimentos, en Lisboa. “Habitaba todos los espacios y creaba como una narrativa, pero mucho a partir del sentido de la gráfica en sentido expandido”.

Lo más reciente en este mismo sentido es la serie de pinturas plegables, lienzos de gran formato que pueden doblarse y trasladarse con facilidad para una mayor capacidad expositiva. Las primeras seis las realizó a lo largo de 2022 y se enviaron a Los Ángeles, y una docena más está en proceso.

Contra la falta de empatía

La realidad caleidoscópica, de sentimientos contradictorios y un estado general de violencia, ha sido otra de las constantes en el arte de Flores.

Hechos como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa o las amenazas a la lengua zapoteca lo han convocado para un arte de corte activista. Y ha sido, además, cómplice habitual de figuras críticas como el escritor y gestor cultural Antonio Calera Grobet o el artista Gabriel Macotela.

“Creo que por eso también hago mucha gráfica; la gráfica siempre ha estado relacionada con cuestiones sociales. Y yo siempre he tenido mucho interés en que mi trabajo también refleje lo que yo estoy viviendo. Eso es fundamental”, enfatiza el artista, refiriéndolo, acaso, como otro de los legados de Toledo.

En octubre de 2020, por ejemplo, fue parte de los creadores que llevaron una efigie de Benito Juárez a Palacio Nacional en reclamo a que una cuarta parte de los recursos del sector estuvieran concentrados en el megaproyecto Chapultepec, Naturaleza y Cultura.

En tal ocasión, Flores acusó falta de empatía por parte del Gobierno, en pleno “estado de emergencia, con sectores de todas las manifestaciones a punto de caer a un precipicio”. (REFORMA, 10/10/2020)

¿Percibes la misma situación de emergencia hoy día?

Realmente, o desafortunadamente, sí que todo el gremio artístico en todas las disciplinas, pues fue un impacto terrible la pandemia, y justo la falta de empatía que hubo para desarrollar cuestiones que puedan ayudar a sobrepasar todas esas carencias que hubo. Y yo creo que sigue siendo totalmente (vigente).

Hay como una separación cada vez más grande entre la cultura, y ya déjate de la sociedad, sino también de los propios creadores. Entonces, eso lo ha hecho muy, muy complicado, aunado con todo lo que la pandemia movió.

Con el megaproyecto de Chapultepec aún como la prioridad del Estado en materia cultural, Flores, quien en 2021 recibió por adjudicación directa 209 mil 790 pesos para encargarse del diseño en el evento Original de la Secretaría de Cultura (REFORMA, 25/01/2022), insiste en cuestionar la necesidad de una obra como la que proyecta el creador Gabriel Orozco.

“Creo que es importante el proyecto; mi cuestionamiento no es si la valía es o no es. Mi cuestionamiento es si es hoy necesario ante toda una serie de cosas que siguen estando impactadas por la pandemia y por la crisis”, señala, poniendo como ejemplo la Casa de la Cultura de Juchitán, esa misma en la que se formara de chico, que a 5 años de los sismos que la cimbraron no había podido ser reabierta aún.