Tengo permiso para matarte.- sicarios en Sinaloa

Grupo REFORMA

Cd. de México (06 enero 2023).- “Ya sabemos que estás mandando fotos y videos. Ya sabemos que eres tú el que anda diciendo dónde estamos”.

Eran unos plebes de apenas 20 años, quizás 22 el más grande, pero tenían armas escuadras en las manos y apuntaban a quien se acercara a los bloqueos.

La Secretaría de Seguridad Pública de Sinaloa informó que eran 18 en todo Culiacán, pero para tenerlos activos quemaron decenas de carros.

“Ya tu carro se debe estar quemado, ni le busques”, dijo uno de los muchachos en La Presita, un pueblo a la salida norte de Culiacán, donde hay moteles y un hotel en el que se resguardaron los huéspedes y tres personas a las que les quitaron sus carros a las afueras de este edificio.

En las caras de esos muchachos aún se veía que la niñez no se ha ido del todo, esa que les han ido arrebatando el brillo de las alhajas, los billetes, la droga y las cachas de las pistolas con las que ahora apuntaron a quienes les quitaron los carros.

“Agarraron al ‘Ratón’, por eso nos pusieron aquí, si no ni les hubiéramos hecho nada”, mencionó un joven que aparentaba ser el líder de ese grupo criminal, de apenas cinco muchachos, que habitan en los pueblos alrededor de este hotel.

“No les vamos a hacer nada. Sólo tienen que dar las llaves de los carros pero no les vamos a agarrar chicos o viejos, porque esos no los cubren los seguros”, prosiguió mientras sus pistoleros asaltaban la barra de licores en el lobby del hotel y despojaban los carros de los huéspedes.

En ese lugar estaban dos niños, hijos de una empleada, que vieron cómo le apuntaban a su madre y a los compañeros de ésta.

“No les vamos a hacer nada, solo saquen las llaves”.

Agarraron a Ovidio Guzmán López en un operativo que comenzó en la madrugada del jueves 5 de enero en el pueblo Jesús María, donde vivió luego de que se le sorprendió en el fraccionamiento Tres Ríos el 19 de octubre de 2019, también un jueves, por cierto.

Ese día se le liberó por orden del Presidente Andrés Manuel López Obrador.

Aquella vez la ciudad se paralizó con una fuerza bélica superior a la del Ejército, la Guardia Nacional y la Policía que se encontraban en la capital de Sinaloa.

Esta ocasión fue distinto, se comenzó desde la madrugada con el operativo en un pueblo al norte de Culiacán, pero eso no importó. Hubo hombres armados por doquier, despojando vehículos por todas partes.

Fueron quemas con coraje, en venganza de que ahora sí se detuvo al hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán en una de las maneras más vulnerable: mientras dormía en el rancho donde nació y creció.

Ovidio Guzmán era un completo desconocido antes del 19 de octubre del 2019, pero eso cambió cuando el gobierno de Estados Unidos lo enlistó como uno de los criminales prioritarios.

Se convirtió, de pronto, en un hombre del que se hizo un corrido interpretado por cantantes importantes en el género. Se le comenzó a reconocer hasta con el logotipo de un ratón y comenzó un negocio de narcomenudeo con sus hermanos Iván y Jesús Alfredo.

Colocaron dispensarios de mariguana por todo Culiacán al estilo gringo, con toda una parafernalia en luces neón, redes sociales restringidas a sus aceptaciones y con un grupo grande de mujeres y hombres jóvenes como expendedores de la droga.

Se hizo de un monopolio de drogas como mariguana, crack y LSD, desbancando con violencia a todos aquellos dealers callejeros.

Esos negocios sólo son la fachada de una “industria” de drogas ilegales que circula hacia otros países, sobre todo Estados Unidos, donde están los consumidores principales de drogas sintéticas, principalmente metanfetamina y fentanilo.

El gobierno estadounidense identificó que Guzmán López tiene bajo su dirección hasta 11 laboratorios de fentanilo, por hoy una de las drogas más letales del planeta.

Los dispensarios apenas alcanzan a ser una punta del iceberg de las drogas que ya están en las calles y hoy mismo se puede saber que una gran cantidad de esos son administrados por Ovidio, pues en las etiquetas se usa el mismo logotipo del ratón, ese que se ve en el video de su corrido, en gorras, playeras y más mercancías.

Fueron 18 bloqueos, dos policías estatales asesinados, dos aviones con disparos –uno comercial y otro más del Ejército–, decenas de vehículos incendiados y saqueos de tiendas de autoservicio por todo Culiacán.

“No estaríamos haciendo esto si no hubieran agarrado al jefe”, mencionó un muchacho de apenas 20 años, ya sin capucha en la cara, que con una pistola en la mano gritaba que no le haría daño a nadie dentro de este hotel al norte de la ciudad, desde donde se veían helicópteros de la Secretaría de Marina surcar el cielo repleto de columnas de humo.

Las calles quedaron vacías, con una peste a hule quemado que se sentía en la misma piel. Si el miedo tiene olor, así debe ser, a hule quemado, ese que hizo a un millón de habitantes quedarse en sus casas o resguardados donde pasaban las guardias nocturnas.

Ese olor sólo había impregnado la ciudad en 2019 y se creyó que ya no volvería a pasar. La estrategia fue apostar al olvido, tanto que después de tres años no hay una sola persona detenida de aquel “jueves negro”, también llamado “Culiacanazo”.

“Esta vez sí nos lo agarraron”, gritó uno de los muchachos que aguardaba afuera del hotel a la orilla de la carretera que va y conecta con otra con rumbo hacia Jesús María, donde detuvieron a Ovidio Guzmán.

Y de pronto pasaron decenas de elementos de la Guardia Nacional, otros más del Ejército y de la Policía Estatal, todos con rifles en mano y pistolas en la cintura. Los morros del hotel se escondieron dentro del lobby y el restaurante.

Apenas salieron y afuera ya los esperaba un convoy montado en una camioneta. En los radios se escuchaba que adentro del hotel había una persona que alertaba del punto como refugio.

“Ya sabemos que eres tú, que andas pasando el reporte”, señalaron a este reportero que se resguardaba en el hotel. “Saca el teléfono y ábrelo”.

“Ya sabemos que eres tú y mira, si no hablas te vamos a matar. Tenemos la orden y tengo el permiso de matarte si fuiste tú”.

Y sí, desde ese hotel se podían enviar mensajes, pero el celular no lo podían “abrir”.

“Ponlo en modo avión o apágalo, porque si sabemos que eres tú, te chingamos”.

En ese momento una mujer volteó y mientras lloraba pidió hacer caso y salvar las vidas. Así pasó.

“Mejor vete, déjales todo y vete caminando”.

Al salir, un muchacho me quitó el celular. Caminé 200 metros, me alcanzaron en una moto y me quitaron la cámara. Llegó un hombre en una camioneta, trataba de viajar a un rancho, pero no lo dejaron. Le pedí raite.

“Ya te tomamos una foto, ya sabemos quién eres”, gritó uno de los muchachos de la moto, y me dejaron ir.

Llegué a casa con mis hijos y mi esposa. Me recibieron con un abrazo, el más profundo y necesario para mi corazón. Mi esposa y yo lloramos juntos una gran parte de la tarde.

El mayor de mis hijos me preguntó por qué hay gente mala. No supe qué responderle, no es tan simple como contarle sobre los animales del zoológico o por qué anochece.

Dentro de mí solo sé que hay gente mala porque así lo decidieron, porque crecieron en un contexto social de dolor y alguien, incluso aunque son niños, decidió darles permiso para matar.