Un ‘red bull’ y un cigarrillo, y de vuelta a luchar en el infierno de Bajmut

EL PAÍS

CRISTIAN SEGURA

Bajmut – En las dos gasolineras todavía en funcionamiento en Kostiantínivka, en el este de Ucrania, se apilan palés cargados con bebidas energéticas de todas las marcas y sabores posibles. Una veintena de militares hacen cola en la caja para llevarse bolsas llenas de estas bebidas vigorizantes y también cartones de tabaco. Visten con el equipo de combate, el fusil colgando del hombro y el casco en una mano. Repostan gasolina para sus todoterrenos y de allí vuelven al frente de Bajmut, a 11 kilómetros. La batalla en este rincón de la provincia de Donetsk es hoy la más intensa de la guerra. Rusia quiere apuntarse la que sería su primera victoria militar en medio año, tras las humillantes retiradas protagonizadas desde otoño en las provincias de Járkov y de Jersón, pero los refuerzos ucranios de los últimos días han frenado el avance de los mercenarios del grupo Wagner.

El despliegue militar ucranio en torno a Bajmut es colosal, solo el Estado Mayor y el Alto Mando para el Este llevan la cuenta de las brigadas luchando allí, según las entrevistas realizadas este fin de semana por EL PAÍS en el frente. En un perímetro de 20 kilómetros alrededor de Bajmut no hay arboleda o granja que no esté ocupada por unidades de artillería, camiones de combustible camuflados o compañías de tanques en posición de combate en primera y segunda línea de frente —a dos kilómetros de las filas rusas—.

En cualquier otro escenario de la guerra, los oficiales ucranios al mando imposibilitan a la prensa tener acceso directo a estas posiciones. En Bajmut, en cambio, los periodistas pueden observar cómo dispara una lanzadera múltiple de cohetes Grad, cómo se traslada un cañón de la OTAN M777 de una localización a otra o cómo una columna de tanques se sitúa en lo alto de una colina para empezar a cargar su fuego sobre el enemigo. En Bajmut, los militares están demasiado ocupados como para preocuparse por la presencia de los periodistas.

La disputa por Soledar

El 6 de enero, víspera de la Navidad ortodoxa, las unidades de Wagner, militares privados a sueldo del Kremlin, lanzaron un asalto sorpresa contra Soledar, municipio al norte de Bajmut. En sus manos está ahora la mayor parte de este pueblo minero —prácticamente borrado del mapa por la destrucción causada en los enfrentamientos—, excepto por su extremo occidental. Moscú asegura que tienen el pleno control de Soledar, pero este domingo, un comandante ucranio que responde al nombre en clave de Magyar confirmó con imágenes en sus redes sociales que la bandera ucrania todavía ondea en un área de las minas de sal de Soledar, en los límites occidentales del pueblo.

EL PAÍS estuvo el sábado en la carretera secundaria de acceso a Soledar desde Bajmut. Tanto la calma de los soldados allí apostados como el trasiego militar en esta vía, de tan solo cinco kilómetros, atestiguaban que el flanco occidental de Soledar continúa en manos de las Fuerzas Armadas ucranias. Pese a ello, también era visible que las tropas de Kiev se están preparando para una posible retirada. En las inmediaciones de Krasna Hora, pueblo entre Soledar y Bajmut, un camión descargaba minas antitanques que varios pelotones de zapadores se llevarían hacia Soledar y Bajmut, un arma fundamental para frenar el avance de tanques y de vehículos blindados de transporte de infantería. A unos 10 kilómetros de ese punto del mapa, en sentido a Kramatorsk, los ucranios también estaban cavando posiciones defensivas para tanques.

El presidente Volodímir Zelenski aseguró el viernes que se están destinando a la zona todos los refuerzos posibles. En las últimas 72 horas se ha ralentizado el avance ruso, con las fuerzas ucranias incluso protagonizando contraataques tácticos para ganar algunos metros en los barrios periféricos orientales de Bajmut, hasta donde han llegado las tropas del Kremlin. Los combates son prácticamente cuerpo a cuerpo, y durante días se puede luchar por tomar un bloque de viviendas.

“En el campo de batalla tenemos a los rusos a 40 metros, es algo que no me había encontrado todavía en esta guerra”, afirma Roman, un soldado de la 17ª Brigada Blindada. Roman —prefiere no revelar su apellido— fue destinado a Bajmut hace un mes y medio. En el frontal del chaleco antibalas tiene cargadores para su fusil, en una mano, una lata de Red Bull que le ha pasado un compañero y en la otra, un cigarrillo. Estima, ojo avizor, que estos días está disparando tres veces más balas que cuando llegó el pasado noviembre.

La artillería rusa cae a escasos 50 metros de donde está apostado Roman, pero su templanza contrasta con los nervios del periodista. Este soldado habla a gritos, una forma de comunicarse que recuerda a lo que escribió Serhiy Zhadan en su novela sobre la guerra en el Donbás, El orfanato, en la que los componentes de un regimiento en retirada en la provincia de Donetsk hablan a gritos porque las explosiones de la batalla les han dejado medio sordos.

Una de las informaciones imprecisas más extendidas la semana pasada es que el pueblo de Krasna Hora, aledaño a Bajmut, había sido ocupado por los rusos. Según el grupo de inteligencia Osint Defender pero también la agencia estatal rusa TASS, los mercenarios de Wagner habían podido llegar hasta Krasna Hora porque la 17ª Brigada Blindada se había batido en retirada. Este diario estuvo en la entrada de la localidad y confirmó que no se estaban librando combates urbanos a gran escala y que el pueblo seguía en manos ucranias.

Falta de munición

Soldados de dos batallones que habían estado apostados en Soledar y Bajmut señalaron a EL PAÍS que habían salido del frente por falta de munición. Zelenski ha mencionado expresamente esta cuestión para garantizar que no faltarán las balas. Burshtin es el nombre en clave de un comandante de un tanque de la 24ª Brigada Mecanizada. Su vehículo se refugiaba detrás de un edificio de Bajmut, en la fachada occidental, para evitar el impacto de la artillería rusa, que golpea a cada segundo el barrio donde se encuentran su blindado y el de otros compañeros. El Ministerio de Defensa ruso especificó que habían forzado la retirada de la 24ª Brigada, pero lo cierto, según Burshtin, es que tuvieron que irse de la primera línea porque no tenían suficiente munición. Este oficial admite igualmente que de los seis tanques que quedaban en su compañía hace dos semanas, ahora solo quedaba uno en activo, el suyo.

Burshtin tiene 25 años pero aparenta tener muchos más. Su cara está demacrada por el cansancio, lleva un mes durmiendo en el tanque, sin tiempo para pasar ni una noche en la cama de alguna casa en una villa cercana. Burshtin confirma que las oleadas de combatientes rusos que están eliminando, por la identidad de los muertos, son contratados por Wagner, y que cientos de ellos son presidiarios a los que han ofrecido tomar parte en la invasión de Ucrania para aligerar las condenas.

“Es una carnicería”

“Es una carnicería, envían a los de Wagner a ganar terreno y luego las brigadas del ejército regular toman el control pisando sus cadáveres”. Así lo describe Bohdan Kihan, soldado de la 77ª Brigada Aerotransportada ucrania. A miles de kilómetros de allí, Mick Ryan, mayor general retirado del Ejército australiano y uno de los analistas más citados de la guerra en Ucrania, corroboraba el sábado la experiencia de Kihan en un análisis: “En la batalla de Bajmut, las tropas movilizadas rusas son utilizadas en oleadas humanas, esencialmente para recibir el impacto de las balas para que detrás de ellos lleguen otras unidades que saquen provecho de los avances que han conseguido”.

Kihan tiene 26 años y cojea por una herida con metralla de mortero recibida el pasado otoño. En el chaleco antibalas lleva un rosario. Dice que no es creyente, pero que alguien querido se lo regaló como amuleto. Su comandante lo apartó del combate por la herida, pero él quería volver al tajo, y el sábado esperaba en los accesos de Krasna Hora para subirse a una furgoneta con sus compañeros. Este pueblo, de 600 habitantes antes de la guerra, amaneció tranquilo aquel día, lo que confirmaría que “sigue siendo Ucrania”, como apuntaba Kihan.

En la lejanía se divisa Soledar, desde donde llega el martillero de los fusiles automáticos y el sonido de explosiones. Kihan afirma que cada día aterrizan nuevas unidades de refuerzo. El soldado estima que mueren diez veces más rusos que ucranios en la batalla por Bajmut. El ejército estadounidense había indicado que hasta noviembre, Rusia y Ucrania contaban con un número similar de bajas, entre muertos y heridos, 100.000 cada bando. La ofensiva de Wagner, basada en poca precisión táctica y el avance con la consigna de ni un paso atrás, sin priorizar la vida de los mercenarios, ha multiplicado las muertes diarias de Rusia, según el alto mando ucranio.

Vehículos calcinados en la carretera

Las dos principales carreteras que conectan Bajmut con la Ucrania libre seguían abiertas al tráfico este fin de semana, según comprobó este diario. Varios canales de información rusos, pero también ucranios, habían asegurado que la carretera que conecta Sloviansk con Bajmut de norte a sur había quedado interrumpida por el castigo constante de la artillería rusa, pero no solo no es así sino que es la vía por la que se están incorporando sin cesar nuevos vehículos blindados y equipos militares. En la carretera que conecta hacia el oeste con Kostiantínivka y Kramatorsk, solo el tramo próximo a Bajmut es de extremo peligro, con los proyectiles de morteros rusos volando a cada momento por encima de los coches que circulan a una velocidad endemoniada. Los despojos de vehículos calcinados por el fuego enemigo confirman que algunos no llegaron a cruzarla.

Los pelotones de Wagner se han apostado a cuatro kilómetros de la carretera, en el pueblo de Kurdiumivka, al sur de Bajmut, en uno de los avances más audaces conseguidos por los mercenarios de la compañía militar rusa liderada Yevgeny Prigozhin. Si no fuera por la muerte y la destrucción causada, la batalla por Bajmut sería una partida de ajedrez apasionante. Los rusos intentan rodear Bajmut por el norte, tomando Soledar, y por el sur, con Kurdiumivka como punta de lanza. Los ucranios, por su parte, están intentando abrir un nuevo frente sobre Soledar, por el norte, suministrando tropas desde Kramatorsk y Yampil.

Cuando cae el sol, en la comarca de Bajmut el cielo continúa iluminado. Como en los flases de una discoteca, la noche resplandece con fogonazos que llevan su luz lejos incluso de la provincia de Donetsk. La artillería rusa y ucrania, cada una apostada a no más de 20 kilómetros de la primera línea, dispara sin pausa. A 80 kilómetros, fuera del alcance del fuego ruso, Kiev tiene a los HIMARS, la artillería más potente de la guerra y que el Ministerio de Defensa ha popularizado como una suerte de ángel protector de la noche, porque acostumbran a utilizarlos al anochecer, para evitar delatar su ubicación. La destrucción que causa un HIMARS es única y, según militares ucranios en el frente, provoca terror entre las tropas rusas. La semana pasada, las Fuerzas Armadas ucranias hicieron público un vídeo, filmado con dron, de un edificio que voló por los aires en Soledar y en el que estaban resguardados decenas de soldados enemigos. Kiev también comunicó el 12 de enero que había causado un centenar de bajas rusas con un Toshka-u, un mísil balístico de corto alcance también utilizado por Rusia.

En Bajmut quedan pocos civiles, y los que siguen, a duras penas salen de sus refugios. Se calcula que rondan el 10% de su población previa a la guerra (73.000 habitantes). Algunos continúan en la ciudad porque son prorrusos, otros porque son personas mayores que ya han renunciado al futuro y que quieren continuar en sus casas, pase lo que pase. También hay alguna persona joven, como una mujer que el mediodía del sábado tocaba una vieja flauta de madera en la avenida del Jubileo. Estaba sola, sin nadie que escuchara su música, con los vehículos del ejército ucranio circulando a todo gas y con las explosiones interrumpiendo constantemente su melodía.

La mujer no quería hablar, pedía que la dejaran en paz tocando su instrumento: “Es lo que más me gusta”. Su hijo, explicaba, fue evacuado a Dnipró, ciudad del este de Ucrania alejada del frente. ¿Por qué no marchó ella? No lo quiso aclarar. Su mirada delataba a una persona desorientada, de alguien que ha desconectado de la realidad.