La mujer como territorio del conflicto criminal

MILENIO




Ricardo Raphael

Ciudad de México. Partes de sus cuerpos fueron localizados a 17 kilómetros de la casa donde estuvieron citadas. El siete de marzo seis mujeres acudieron a trabajar a una casa ubicada en el Club de Golf Álamo Country. Después de buscarlas durante diez días encontraron sus restos disueltos en ácido, dentro de una fosa ubicada a 17 kilómetros del último sitio donde fueron vistas.

La verdad detrás de esta tragedia es la única justicia posible, o lo que es lo mismo, la oportunidad más cierta para conjurar que su muerte continúe repitiéndose.

Existe testimonio de la hija de Rosa María Ramírez Ayala de que habrían sido citadas a las 19:30 horas. Ella narra que su mamá fue convocada al evento por una amiga de nombre Gabriela Barbosa Ruiz.

Ambas acostumbraban a solicitar servicio de taxi a un mismo chofer que esa noche las depositó a las afueras del fraccionamiento. De acuerdo con ese chofer, las dos mujeres habrían calculado que su servicio no duraría más de dos horas. Sin embargo, después de las once de la noche del teléfono de Gabriela se emitió un mensaje avisando que no iba a necesitar su transporte porque utilizaría un Uber.

No hay confirmación de que ese mensaje haya sido enviado por Gabriela, solamente de que salió de su dispositivo.

Nada volvió a saberse de esas mujeres que habrían acudido a laborar como escorts (damas de compañía) para unos clientes cuya identidad no ha sido aún dada a conocer.

¿Qué sucedió en esa fiesta? ¿Quiénes eran los clientes? ¿Cómo fue que los restos de esas mujeres terminaron disueltos a diecisiete kilómetros de distancia?

La fiscalía general de justicia del estado de Guanajuato ha sido parca respecto de la información proporcionada. Sin embargo, han trascendido como posibles autores materiales los integrantes del Cártel de Santa Rosa de Lima, comandado hasta el año 2020 por José Antonio Yépez Ortiz, conocido como El Marro.

La liga entre este criminal y la muerte de las mujeres puede apresurarse por el hecho de que fue en ese mismo fraccionamiento, el Álamo, donde El Marro tenía su centro de operaciones.

Se trata del campo de golf más grande de Celaya y también uno de los fraccionamientos más caros de la región. La lujosa mansión en la que vivía su familia apareció retratada en los medios durante la primera semana del 2020, cuando fue apresado.

La historia de siempre: El Marro vivía como rico entre los ricos, pero las autoridades supuestamente no lo sabían.

Una vez detenido, se hicieron públicos los negocios principales de este sujeto cuya capacidad para provocar terror en Celaya y los municipios vecinos de Guanajuato fue muy grande.

Por aquella época, la Unidad de Inteligencia Financiera dijo que, además de dedicarse al robo de combustible (huachicoleo) y al narcotráfico, Yépez Ortiz controlaba una red de prostitución y trata de personas.

Estos elementos juntos llevarían a concluir que, aun con El Marro tras las rejas, poco ha cambiado la violencia en el que fuera su territorio.

Pero hay otros elementos que merecerían ser puestos en contexto para dimensionar el horrendo crimen de las mujeres de Celaya. Eventos diversos, también de sangre, han sucedido al mismo tiempo en que desaparecieron y fueron buscadas las seis mujeres.

El mismo día 7 de marzo, por la noche, un grupo armado lanzó una ráfaga de bala contra un antro de Celaya conocido como La Palapa, ubicado a muy poca distancia del lugar donde el taxista depositó a Rosa María Ramírez y Gabriela Barbosa. El saldo de este acto de violencia fueron tres muertos y dos lesionados. Una vez concluido ese performance macabro, la autoridad encontró también un cuerpo calcinado.

El Cártel Jalisco Nueva Generación, organización enemiga de la banda fundada por El Marro, se adjudicó este acto terrorista. Podrían no estar relacionados los dos eventos y sin embargo hay otros argumentos que obligan a verificar la posible conexión.

Cinco días después de la desaparición de las mujeres y de la masacre de La Palapa sucedió otra matazón a solo 30 kilómetros del Álamo. Esta vez el escenario de la crueldad fue un bar llamado El Establo. Antes de la media noche del sábado 11 un grupo de personas armadas ingresó a ese lugar disparando indiscriminadamente contra la concurrencia. Esta vez diez personas perdieron la vida y trece más resultaron heridas.

Quien reclamó la autoría de este atentado fue el Cártel de Santa Rosa de Lima, es decir la organización comandada, acaso todavía desde la cárcel, por El Marro.

Recapitulando, el martes siete desaparecen seis mujeres de una casa situada en los territorios del Marro y al mismo tiempo es baleado un antro administrado igualmente por su organización. Cabría suponer que detrás de estos dos hechos de sangre estuvo el Cártel Jalisco Nueva Generación.

Cinco días después escaló la venganza con una agresión al bar La Estación, negocio vinculado con los adversarios del Cártel de Santa Rosa de Lima. No es claro si La Palapa y La Estación son sitios donde se ejerce el trabajo sexual remunerado, pero no debería descartarse la hipótesis ya que en Celaya y alrededores la disputa por el negocio de la prostitución viene cobrando vidas desde hace tiempo.

Es como si el cuerpo de las mujeres se hubiese convertido en territorio disputado por la ciega violencia criminal.

Un año diez meses atrás es posible ubicar un episodio más para ilustrar esta guerra. Se trata de la masacre del hotel Gala, ocurrida el martes 24 de mayo. Aquel sitio era un prostíbulo ubicado también en Celaya que ese día se encontraba a media ocupación.

Quince personas desembarcaron armadas hasta los dientes, dispararon sin piedad y arrojaron bombas molotov para incendiar el inmueble. Ahí perdieron la vida, entre otras personas, ocho mujeres. Se sabría después que con su muerte habrían dejado huérfanos a quince menores.

En esa ocasión el Cártel de Santa Rosa de Lima presumió la autoría. La policía explicaría más tarde que la rivalidad entre las organizaciones criminales había llegado al extremo de asesinar trabajadoras sexuales para arrebatar ingresos al contrario.

Es difícil no ubicar la tragedia de las seis mujeres de Celaya dentro del contexto del conflicto armado interno que se vive en Guanajuato y muchas otras regiones del país. La disputa es por todo y eso incluye el cuerpo de las mujeres.

Sobra decir que de nada sirvió para la paz el haber detenido hace dos años y medio al Marro. La matazón entre organizaciones es hoy tanto o más feroz que en 2020.