La democracia en vilo

Cipriano Miraflores

Si el ser humano no le es ajeno vivir con sus congéneres, este vivir social lo convierte en una persona que dependerá fundamentalmente de las condiciones sociales, culturales e institucionales de su vida. La persona que vive en estas condiciones, establece arreglos sociales que conducen necesariamente a sus derechos, bienestar, a la realización de sus justas aspiraciones, este conjunto de arreglos humanos, se les puede denominar bien común (Chomsky: 2022).

El problema de nuestro tiempo es que el Bien Común no es materia fundamental de los gobiernos, por la suma de la economía con el poder político para el beneficio de unos cuantos. Las libertades ganadas, los niveles de igualdad adquiridas, los niveles de democracia alcanzadas, están en verdadero peligro por el poder, por sus nuevas formas y por su naturaleza que atenta a nuestra civilización en su expresión positiva (Naím, Moisés: 2022).

Las complejas condiciones de nuestro tiempo han hecho que el poder político sea relativamente fácil de obtener, muy difícil de ejercer de manera democrática, por ende, de suma facilidad para perder. Por estas razones, han surgido nuevas élites que procuran no perderlo con facilidad y buscan nuevas formas de conservarlo fuera de los cánones democráticos.

Existen nuevas condiciones y realidades como las migraciones, el aumento de la violencia, del crimen organizado, de nuevas identidades, falta de certeza para el futuro, de nuevas tecnologías que desplazan al propio ser humano, hasta llegar a la irrelevancia de grandes sectores humanos para los regímenes políticos. Los comandantes de estos regímenes políticos son los polpulistas, los polarizadores del poder social y los expertos en la posverdad. El secretismo es el modo de ser y estar de estas élites políticas, les es inevitable estar en posición autocrática del poder, de confusión burocrática de la cosa pública, de la utilización de subterfugios legales para la administración pública, de ser expertos de la manipulación de la opinión pública, del control de sus críticos y adversarios que serán considerados enemigos, donde cuenta la lealtad y no la capacidad en relación al vértice del poder. Todo esto son elementos que van socavando los elementos de la democracia.

Si bien es cierto que la democracia ha venido acarreando rendimientos decrecientes, es en la misma democracia donde se pueden alcanzar las soluciones para el bien común y no mediante el ejercicio de su contraparte: la autocracia, el autoritarismo.

El autoritarismo ha instrumentado nuevos recursos del poder, sea para acceder al mismo, para conservarlo o para incrementarlo. Destaca la utilización de los grandes márgenes de la desigualdad que ha sido la fábrica de producción de pobres a gran escala como estrategia política de acceso, conservación e incremento del poder político. Más que la solución de la desigualdad, los nuevos regímenes políticos lo administran para su debida utilización política. Qué lejos estamos de aquellos regímenes que buscaban la reducción de la desigualdad e inclusive de su desaparición.

Por otro lado, los nuevos regímenes autoritarios son proclives a la extinción del ciudadano cívico, de la persona atenta al desempeño de los gobiernos y gobernantes, informada y crítica de su condición social, de la persona que emite, regularmente, un voto razonado en las elecciones. En suma, sujeto fundamental de la democracia representativa.

En cambio, los gobiernos autoritarios procuran el fortalecimiento y expansión del ciudadano –pueblo, que pierde su identidad personal, tiende a convertirse en masa, sujeto a estímulos poco razonables y más emocionales, como la defensa de la patria, por ejemplo. Esta masa es de fuerza extraordinaria al mando del gobernante autoritario, fácil de manipular, de adoctrinar y de ideologizar. El comportamiento masa del ciudadano –pueblo se asemeja al fuego, al agua y al viento que dándoles dirección son muy obedientes. Gran parte del poder del autoritario está en esta masa, de aquí de su reiterativo discurso sobre el pueblo.

Asimismo, el autoritario es muy desconfiado, necesita de la lealtad a toda prueba, los amigos juegan un papel fundamental, la lealtad partidista se transforma en lealtad personal, algunos llegan a tal desconfianza que prefieren gobernar en familia. Se ha llegado afirmar que en el cargo público la lealtad tiene un peso del 90% y la capacidad un 10%. Son gobiernos muy temerosos de la traición, viven en la desconfianza constante, la vigilancia y la autovigilancia es norma de gobierno, así como de la proliferación de la “grilla”(mala fe en las relaciones políticas), como estado permanente, son gobiernos enredados en sí mismos.

Por lo mismo, el control de la información y de la comunicación es fundamental para el gobernante autoritario. No dejará pasar un ápice de información que no sea de acuerdo a los objetivos de gobierno, ni comunicará información que debilite al gobierno, en caso de ser obligado a informar será siempre de acuerdo a sus intereses como gobierno personal. La práctica de la posverdad será estratégica, podrá no mentir pero la verdad será transfigurada a conveniencia.

Por estos juegos de poder personalizado, vinculante entre personalidades, es proclive al culto a la personalidad del titular del Poder Ejecutivo, el mismo personaje comunicará e informará de sus valores, de sus principios, de su historia llena de esfuerzos, será siempre de la cultura del esfuerzo, será inclinará por obras públicas que lo hagan trascender en los anales de la historia, realizará acciones que fomentarán el orgullo nacional o levantarán alguna dignidad perdida. Por lo regular, a este tipo de gobernantes gustan de rodearse de personal militar en razón de su disciplina y espíritu de obediencia y orden administrativo.

 Estos gobernantes no son carismáticos, más bien se construyen un determinado carisma de acuerdo a las circunstancias. Gustan de la austeridad, de cierta humildad, darán a entender que el servicio público es siempre un sacrificio que se hace por el bien del ciudadano –pueblo. Serán enemigos de las pompas y de los lujos, aunque gustan de hacer sentir de su poderío, vivir, por ejemplo, en los centros de poder. Gustan hacer saber a los ciudadanos – masa de un saber didáctico de la política, de la historia nacional, de su grandes intuiciones sobre la geopolítica, se consideran zorros y leones del poder, por lo mismo, gustan citar a Maquiavelo, pero del Príncipe y no del Tito Livio. Por las razones anteriores, tiene un sentido paternal y machista del poder, les es difícil rehuir de ello.